Fernando Grande-Marlaska se ha convertido en una figura tan cuestionada como persistente dentro del Gobierno español. Con casi siete años al frente del Ministerio del Interior —desde junio de 2018—, no solo ostenta el récord como el ministro más longevo en el cargo, sino también como el más reprobado por el Parlamento.
Su gestión ha estado marcada por varias controversias que han tensado tanto a la oposición como a su propio bloque. La tragedia de Melilla en 2022, donde murieron al menos 23 migrantes en un intento de salto masivo a la valla fronteriza; la muerte de dos guardias civiles en Barbate tras el choque con una narcolancha; y la más reciente polémica por la anulación de un contrato millonario para la compra de munición a Israel, han vuelto a colocarlo bajo los focos.
A pesar de las críticas, Marlaska ha demostrado una notable capacidad de supervivencia política. Su figura genera divisiones incluso entre sectores progresistas, pero hasta ahora ha contado con el respaldo del presidente Pedro Sánchez, que se ha negado a relevarlo.
En un entorno político cada vez más polarizado, Grande-Marlaska encarna una paradoja: golpeado por la crítica, pero inamovible en el cargo.




