La aventura de Sanna Marin como jefa del gobierno de Finlandia (primera ministra) se terminó el domingo 2 cuando –pese a su popularidad que alcanza a casi el 70% del país, de 5,5 millones de habitantes, y al propio crecimiento de su partido socialdemócrata- el tercer puesto en las elecciones parlamentarias significó una derrota.
En 2019 y con apenas 34 años Marin se había convertido en la más joven mandataria de ese país europeo y ahora, a los 38, tiene que alejarse. «Fueron años excepcionalmente difíciles y tiempos duros. Con este resultado electoral, siento que tengo la oportunidad de cambiar de página en mi propia vida”, dijo al anunciar que dejará la presidencia de su partido, mientras se negocia el nuevo gobierno.
Lideró una coalición de cinco partidos (de centroizquierda y ecologistas), todos con mujeres al frente. Pero esos partidos –excepto el suyo- retrocedieron en las elecciones. Ganaron los conservadores de la Coalición Nacional (20,8%), seguidos por la ultraderecha del Partido de los Finlandeses (20,1%) con los que Sarin se negó a negociar: “Racistas” los calificó, ya que su campaña es feroz contra la inmigración y por promover la salida de la Unión Europea. Los socialdemócratas crecieron hasta el 19,9% pero quedaron terceros.
La dama de los grandes desafíos …
Finlandia, enclavada entre Suecia y Rusia, emergió como un país independiente hace poco más de un siglo, después de una guerra civil. La relación con sus vecinos rusos siempre fue muy difícil (comparten una frontera de más de 1.300 km y estuvieron en guerra a fines de los 30) y ahora, horas antes de su alejamiento del poder, Sanna Marin concretó uno de los actos más relevantes de su gestión: la incorporación de Finlandia a la OTAN. A lo largo de sus casi cuatro años afrontó los desafíos más complicados (la pandemia y desde el 2022, el peligro ruso desde la invasión a Ucrania) y fue muy reconocida por eso. Sin embargo, no le alcanzó: le cuestionan la suba del “déficit fiscal”.
El mito de la felicidad
A Sanna Marin tampoco le alcanzó el hecho de que, apenas unos días antes de las elecciones, Finlandia apareciera por sexto año consecutivo como “el país más feliz del mundo”. Es un ranking que admite múltiples interpretaciones, pero lo cierto es que lo elabora la ONU tomando en cuenta la situación de las personas, el bienestar económico y distintos indicadores sociales (ingresos, atención de la salud, libertades públicas, lucha contra la corrupción).
Cuatro de los primeros puestos son ocupados por países nórdicos (Dinamarca segundo, Suecia quinto y Noruega sexto) y a la Argentina la relegan en un 52° lugar. Podríamos decir que hay otras valoraciones más personales o subjetivas ya que, por tragedias cotidianas como podría ser el crimen de La Matanza, la beba muerta a metros de la Rosada o los índices de pobreza, estaríamos en el subsuelo (una pausa más grata la ofrecieron nuestros futbolistas en Qatar 2022).
Finlandia es “otro mundo”, muy lejano. El más alto standard en calidad educativa, la geografía de sus mil lagos, la arquitectura de Alvar Aalto, la música de Sibelius o la gloria de sus leyendas atléticas como Paavo Nurmi y Lasse Viren, por citar algunas.
Carrera de vértigo
Sanna Marin nació en la capital, Helsinki y después de una infancia complicada (padres divorciados, la madre vuelta a casar… con una mujer), se diplomó en Administración en la Universidad de Tampere. Su ascenso político fue veloz (concejal y alcaldesa en esa ciudad, ministra de transportes nacional, presidenta de su partido) y se casó con un ex futbolista, Markus Räikonen, apenas asumió como primer ministra. Fue una boda íntima, mucho más que las fiestas que tanto revuelo causaron y tantos cuestionamientos le costaron.
Pero la popularidad de Sanna Marin, especialmente entre los jóvenes, se basa en su oratoria, su tono desafiante frente a los políticos tradicionales y su manejo de las redes sociales. También tuvo sus problemas.




