El Huila vuelve a sonar en el panorama cultural, pero esta vez no gracias a la gestión de sus entidades, sino al esfuerzo titánico de dos bailarines que, con las uñas, se abrirán camino en el Festival Internacional Somos Danza, que tendrá lugar en Ipiales, Nariño, entre el 1 y el 5 de octubre.
Karen Sofía Chaux y Wilson Prieto Avilés serán los encargados de llevar el nombre del departamento, sin patrocinio ni respaldo de ningún ente gubernamental, lo que deja en evidencia la deuda pendiente de la institucionalidad con los artistas que preservan y proyectan la identidad huilense.
Un viaje a contracorriente
La delegación huilense se verá obligada a viajar por vía aérea, dado que la situación de orden público en el Cauca impide desplazarse por carretera con tranquilidad. Esta medida, lejos de ser un lujo, representa una carga económica adicional que ha caído exclusivamente sobre los bolsillos de los bailarines y sus familias.
A ello se suma el costo de los trajes típicos, necesarios para mostrar un Huila digno frente a delegaciones internacionales. No se trata solo de portar vestimenta colorida, sino de defender la tradición con bambucos, guabinas, el bajacocos de Campoalegre y, por supuesto, el sanjuanero, emblema de la región.
Cultura
Mientras en otras latitudes se reconoce la danza como vehículo de identidad y se destinan recursos para proyectar el talento local, en el Huila la política cultural parece moverse más por discursos de tarima que por verdaderos respaldos. Las secretarías de cultura y los entes municipales se llenan de palabras en temporada de festival, pero cuando llega la hora de acompañar procesos artísticos en escenarios internacionales, el respaldo desaparece.
El contraste se hace más evidente si se considera que al festival llegarán delegaciones de Perú, Bolivia, México y regiones como Boyacá, Caldas, Antioquia, Santander y Bucaramanga, muchas de ellas respaldadas por instituciones que comprenden la importancia del folclor como carta de presentación cultural.
Lo que debería ser motivo de orgullo se convierte en una denuncia tácita: los jóvenes huilenses no solo deben bailar, sino financiarse, costear sus traslados y vestirse con la dignidad que las instituciones les niegan. Su representación no será menos valiosa, pero sí dejará sobre la mesa un reclamo incómodo
El 5 de octubre, cuando baje el telón en Ipiales, lo que quedará en la memoria no será únicamente la gracia de sus pasos, sino también la certeza de que el folclor huilense sigue vivo gracias al esfuerzo de quienes lo aman, no al respaldo de quienes deberían defenderlo.




