
Harold Echeverry, el confeso feminicida de la adolescente Michel Dayana González, fue objeto de una violenta golpiza en la cárcel de Cómbita (Boyacá), donde cumple una condena de 47 años por el horrendo crimen. Según informó Jorge Eliecer Cortés, defensor del Pueblo regional en Boyacá, el Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) confirmó que Echeverry fue atacado por otros reclusos apenas días después de recibir su sentencia por violar, asesinar y desmembrar a la menor en un taller en Cali.
El defensor del Pueblo regional señaló que Echeverry fue trasladado de un patio especial, donde estaba bajo fuerte custodia, a un patio normal después de conocer su sentencia. En este nuevo entorno, el confeso feminicida fue rodeado por un grupo de presuntos paramilitares, quienes le propinaron una paliza que resultó en lesiones significativas.
“Fue gravemente golpeado y esto le genera unas lesiones importantes que lo han tenido en una observación permanente, donde en el interior del centro carcelario se está recuperando con los cuidados debidos y necesarios protegiendo su salud y su vida”, explicó Cortés.
El incidente ha generado preocupación sobre la seguridad de Echeverry en la prisión. Según Cortés, la golpiza se llevó a cabo como una especie de revancha o reproche social por la naturaleza del crimen cometido por el feminicida. Aunque se había anunciado que Echeverry fue trasladado a un centro médico externo en Tunja, el defensor del Pueblo afirmó que permaneció en la cárcel y recibió atención médica en la unidad médica del recinto.
Dada la complejidad y riesgo que representa Echeverry como recluso, se ha implementado una custodia especial por parte del Inpec. La cárcel de Cómbita está evaluando diversas opciones para trasladar al feminicida a otro patio, ya que temen por su seguridad si permanece rodeado de presuntos paramilitares.
Este episodio destaca la tensión y peligros que pueden surgir en el sistema penitenciario, revelando la necesidad de reevaluar las medidas de seguridad para evitar represalias y asegurar la integridad de los reclusos, incluso aquellos con condenas tan repudiables como la de Harold Echeverry.




