En la vereda Ricaya Sur de Chivatá, Boyacá, Blanca Unrriza sostiene a su familia campesina con fuerza admirable. Pero hoy necesita más que fortaleza: necesita apoyo urgente. Su esposo enfermo, sus hijos pequeños, una casa que se cae a pedazos y un Estado que no responde.
Una madre, una cuidadora, una luchadora
Blanca Unrriza es una mujer campesina de la vereda Ricaya Sur, en Chivatá, Boyacá. Su vida no conoce tregua. Desde hace dos meses, cuida día y noche a su esposo, diagnosticado con cáncer cerebral en estado avanzado. El hombre ya no puede moverse ni hablar y permanece en cama, a la espera de una cirugía que podría salvarle la vida.
Como si fuera poco, Blanca también cuida a su hijo mayor, que está postrado tras una cirugía, y a sus dos hijas pequeñas, quienes duermen sobre el piso de una casa deteriorada, donde la humedad y las goteras han causado afecciones respiratorias en las niñas.
Una casa que no protege y una familia que resiste
El techo está a punto de colapsar. La vivienda es antigua, húmeda, fría y sin condiciones dignas. Blanca no puede salir a trabajar, porque el cuidado de su familia la mantiene en casa las 24 horas. No tienen ingresos fijos, ni subsidios, ni garantías mínimas. Lo poco que han tenido ha sido gracias a la solidaridad de vecinos que no han dado la espalda.
La familia sobrevive al día. No hay certeza de alimentación, no hay alivio, no hay descanso.
¿Dónde está el Estado?
Esta no es una historia aislada. Es el reflejo de lo que viven miles de familias campesinas en Colombia que, como Blanca, no existen para el sistema. Ni un subsidio, ni una ayuda oficial. Solo el olvido.
Y el sistema de salud no es mejor: mientras el diagnóstico de su esposo avanza, las dificultades para acceder a citas, medicamentos y atención médica oportuna solo empeoran. ¿De qué sirve hablar de derechos, si en la práctica, Blanca y su familia luchan por sobrevivir en medio de la nada?
La comunidad puede hacer la diferencia
En medio de todo, Blanca no se rinde. Pero no puede seguir sola. Si deseas apoyarla, puedes comunicarte con ella o hacer una donación a través de Daviplata: 313 815 3674. Cualquier gesto, por pequeño que parezca, puede cambiar la vida de esta familia.
Más allá de una historia: una deuda con los campesinos
Este caso representa una deuda histórica con quienes han sostenido el campo boyacense y colombiano. Blanca, como muchas otras madres y campesinas, mantiene en pie una familia entera sin apoyo, sin políticas públicas reales, y sin garantías.
Mientras los discursos oficiales hablan de dignidad y bienestar, en las zonas rurales el frío, la pobreza y la enfermedad hacen estragos. ¿Cuántas familias más deben gritar por ayuda para que algo cambie?
La carga invisible de los cuidadores
El peso emocional que carga Blanca es abrumador. La angustia de ver a su esposo enfermo, a sus hijos en condiciones de vulnerabilidad, y a su hogar deteriorado, impacta profundamente su salud mental. Y aún así, ella sigue adelante sin recibir apoyo psicológico ni orientación, porque ni eso le garantiza el sistema.
La salud mental de los cuidadores sigue siendo ignorada en Colombia, aunque es clave para sostener la vida de muchas familias. El abandono es también emocional, y eso no puede seguir normalizándose.
No más indiferencia: exigimos dignidad para Blanca y muchas más
Esta historia no puede pasar inadvertida. Blanca merece dignidad, merece un techo seguro, merece la certeza de que su lucha no será en vano. Su esposo merece acceso real a la salud, y sus hijos merecen crecer lejos del frío, la enfermedad y la pobreza extrema.
Desde este medio, nos unimos al llamado urgente de solidaridad, pero también exigimos respuestas institucionales reales, inmediatas y humanas. El abandono no puede ser la respuesta para quienes más lo necesitan.




