Claudio del Campo, cuya obra documentó con sensibilidad los talleres y estudios de artistas andaluces, falleció recientemente en Sevilla a los 67 años. Su trayectoria deja una huella indeleble en la memoria de la escena artística española.
Desde joven, Del Campo se internó silenciosamente entre lienzos, óleos y caballetes, con una cámara que supo entrar con discreción en el universo íntimo de los pintores. Gracias a su paciencia y devoción, logró retratar no solo la acción creativa, sino ese momento frágil y revelador donde el artista dialoga con su obra.
Su obra alcanzó reconocimiento formal con la exposición “Pintando la fotografía”, organizada en Sevilla en 2019. En ese momento emergió ante el público no solo como un testigo fiel del proceso artístico, sino como autor con voz propia. En ella se evidenció su capacidad para transformar el registro documental en expresión artística, capturando atmósferas, gestos y silencios.
De origen familiar vinculado a las artes —su padre fue pintor, su hermana también artista—, Del Campo desarrolló un enfoque fotográfico profundamente íntimo. En su metodología destacaba el cuidado por la luz, el entorno y el reflejo de lo invisible. Detrás de cada imagen había una estrategia minuciosa: telas para controlar reflejos, lentes seleccionados por él mismo, uso artesanal de equipamientos.
Para galerías, museos y ferias, Del Campo ha sido recurso imprescindible. Su legado es una colección de retratos silenciosos que dan cuerpo no solo a las obras de los artistas, sino a su esencia creativa. Ahora, con su partida, queda un testigo que supo entrever y fijar el vínculo profundo entre el pintor y su obra.
La comunidad cultural de Sevilla y del ámbito nacional lamenta su pérdida. Sus fotografías seguirán hablando, proyectando la intensidad y el secreto del acto de crear. En cada imagen, queda el eco de un gesto, la mirada del creador y la huella indeleble de su paso por los talleres de la pintura.




