Qué momento para estar vivo. Estamos experimentando una “Gran Aceleración” mientras el mundo se vuelve más inventivo y adaptable a medida que nos aglutinamos en pueblos y ciudades. Mientras más interactuemos y nos concentremos, impulsaremos avances en energía y transporte, tecnologías civiles y militares, finanzas y productos farmacéuticos, por ejemplo. Así que hay motivos para esperar que, después de todo, las innovaciones creadas por el hombre puedan superar algunos de sus mayores problemas.
Pero incluso en el futuro más halagüeño, habrá ganadores y perdedores. No podemos esperar aprovechar estos avances sin una reforma masiva de las estructuras de poder mundial existentes. Las potencias dominantes como Estados Unidos o Alemania no controlan estos nuevos medios y, cuando lo hacen, no confían en las normas e instituciones internacionales existentes para compartirlos. El resultado hasta ahora es una ruptura de la buena voluntad mundial, y las potencias revisionistas del mundo están utilizando su control de las tecnologías fundamentales y de los recursos críticos para ganar ventaja sobre las tradicionales.
No obstante, todas las partes tienen interés en que surjan nuevas reglas. La cuestión es, sin embargo, cómo definirlas. Estados Unidos y su principal contendiente, China, lo tienen muy claro: se trata de una “competición sistémica”, similar a la competición ideológica de la Guerra Fría. Ambos están utilizando su dominio de las tecnologías para establecer nuevos términos de compromiso político y atraer a otros países para que adopten sus sistemas de valores rivales. En términos generales, un mayor contraste de ideas puede ser positivo, siempre que no acabe en la formación de bloques enfrentados.
¿Comprende la UE la naturaleza de la competición?
La Unión Europea es consciente de estos cambios globales y su respuesta ha sido lanzarse sin contemplaciones a una competición geoeconómica. Ha desechado su fe incuestionable en las instituciones económicas mundiales y ahora se centra en la protección comercial unilateral, la política industrial y en asegurarse el acceso a recursos y tecnologías críticas. Los líderes de la UE explican que esto equivale a un despertar geoeconómico, y que están elaborando el equilibrio adecuado de cooperación, competencia y contención frente a su viejo aliado Estados Unidos y el mercado emergente de China.
Es triste ver a una UE tan despierta pero ciega ante el mundo que la rodea. Sí, desarrollar herramientas para asegurar la prosperidad económica es importante, pero más importante aún es vincular ese éxito económico a nuestro sistema político de forma visible. Si tratamos la “competición sistémica” como un concurso de belleza y como un debate político superficial plagado de rencores económicos no venderemos nuestros valores a otras partes del mundo. Europa necesita demostrar que tiene la mejor forma de gestionar el cambio y que sus técnicas pueden reproducirse. Si nos enriquecemos pisoteando a los demás, la victoria será pírrica.
Producir normativas frente a producir productos
¿Cuál es entonces nuestro plan para vender nuestro sistema político? Los dirigentes de la UE responderían “El efecto Bruselas”: La UE, según su propio material promocional y un libro del mismo título, tiene un historial probado en la creación y proliferación de normas. La UE se atreve a establecer por sí misma las regulaciones más estrictas del mundo en lo que respecta a la privacidad digital, la transformación energética, las normas de inversión, y un largo etcétera. También utiliza su influencia económica para asegurarse de que cualquiera que quiera vender en Europa obedezca a los estándares europeos. Las empresas y los gobiernos extranjeros están obligados a cumplir con las normas antes de poder acceder a los mercados del Viejo continente.
«Si comparamos el “Efecto Bruselas” con el Efecto California o el Efecto Shenzhen, Bruselas produce reglamentos, pero estos otros lugares producen productos reales»
En resumen, la UE se ha otorgado a sí misma el mandato moral de regular unilateralmente la globalización. Pero si la UE cree que va a ser suficiente, se está engañando a sí misma. Si comparamos el “Efecto Bruselas” con el Efecto California o el Efecto Shenzhen, Bruselas produce reglamentos, sí, pero estos otros lugares producen productos reales. No podemos igualar su poder ni su efecto.




