«Escuchar la risa de mis hijos es como una tortura»: cómo es vivir con la enfermedad sin cura ni tratamiento por la que no puedes aguantar los sonidos cotidianos

Durante los últimos 18 meses, Karen Cook ha estado viviendo con una rara enfermedad en la que los sonidos cotidianos se transforman en un dolor punzante y paralizante.
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«Algo tan hermoso como la risa de mis hijos, oír sus voces, es como una tortura para mí», contó.

De 49 años, Karen padece hiperacusia dolorosa, una enfermedad que la obliga a menudo a aislarse de su marido y sus hijos pequeños.

«El sonido está en todas partes, es como el aire, no puedes escapar de él», le explicó a la BBC.

Ruidos como el del viento al mover las hojas de los árboles o el del tráfico al pasar por delante de su casa pueden causarle un dolor inmenso.

La afección es tan grave que el día de Navidad tuvo que sentarse en otra habitación y mirar mientras sus hijos, de 7 y 11 años, desenvolvían emocionados sus regalos.

Karen no ha podido encontrar ninguna cura, ni siquiera tratamiento, para aliviar el dolor causado por la hiperacusia, que va acompañada de acúfeno, una condición mucho más común y conocida.

Según Karen, de la localidad de Southport, en el noroeste de Inglaterra, la hiperacusia apareció de forma relativamente repentina en 2022 y ha ido empeorando gradualmente.

Aunque puede producirse por traumatismos sonoros, las investigaciones sugieren que algunas personas pueden estar predispuestas a padecerla.

¿Qué es la hiperacusia y en qué se diferencia del acúfeno?

Existen distintos tipos de hiperacusia que varían en gravedad.

El sitio web del Servicio de Salud británico (NHS, por sus siglas en inglés) dice que una persona «puede tener hiperacusia si algunos sonidos cotidianos le parecen mucho más fuertes de lo que deberían. A veces puede resultar doloroso”.

Explica que “pueden afectarle sonidos como el tintineo de monedas, el ladrido de un perro, el motor de un coche, alguien masticando o una aspiradora».

Tinnitus o acúfenos es el nombre que recibe la audición de ruidos que no proceden de una fuente externa.

Karen lleva ahora tapones en los oídos y protectores auditivos incluso cuando está sola en casa, y su única forma de comunicarse es a través de susurros o notas escritas.

«Mi casa es una prisión», dijo. «El sonido me mantiene prisionera».

Al describir el dolor, Karen contó que «es como si alguien me echara lava ardiente en los oídos y me ardiera la cabeza, me duele toda la cabeza, sobre todo detrás de los ojos”.

«Es como una migraña, como si quisieras abrirte la cabeza para aliviar la presión», agregó


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