Este Día Mundial de la Asistencia Humanitaria, conmemoramos los 20 años de aquel día siniestro en que terroristas detonaron una bomba suicida frente a la sede de la Naciones Unidas en el Hotel Canal de Bagdad, Irak, el 19 de agosto de 2003. Como dijo entonces el difunto Secretario General de la ONU, Kofi Annan, fue uno de los días más oscuros de la historia de la ONU. Todavía lo es.
Para mí, el Día Mundial de la Asistencia Humanitaria siempre será una ocasión de emociones encontradas, emociones que me siguen resultando crudas.
Entre los caídos aquel día figuraba Sergio Vieira de Mello, que ejercía de Representante Especial del Secretario General de la ONU en Irak. Sergio no sólo era mi amigo, también era el padrino de mi hija.
Sergio estaba consagrado a las Naciones Unidas. Se incorporó a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados en 1969, poco después de salir de la universidad, y pasó el resto de su trágicamente corta vida en la ONU en puestos cada vez más altos.
Trabajé con él por primera vez en 1996, cuando ocupó brevemente el cargo de Coordinador Humanitario Regional de la ONU para la Región de los Grandes Lagos, y yo fui su adjunto antes de asumir el cargo. Pero realmente llegué a conocerle cuando nos trasladamos juntos a Nueva York en 1998 para establecer la nueva Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA): él como Secretario General Adjunto de Asuntos Humanitarios y yo, otra vez, como su adjunto.
Llegamos a ser compañeros estrechos, unidos por una pasión común por las realidades de los dilemas humanitarios sobre el terreno y la forma de resolverlos. Como muchos de los mejores, la pasión de Sergio se basaba en su devoción por la Carta de las Naciones Unidas, de la que siempre llevaba consigo un ejemplar. Tenía una fuerza en su visión del mundo que hacía que su abogacía, y de hecho su oratoria, fueran aún más efectivas.
También nos hicimos grandes amigos, y sigo orgulloso de que mi hija fuese su ahijada. Esta síntesis de confianza personal y colaboración profesional con Sergio hizo que su partida fuera tan traumática y a la vez tan formativa para mí, como para tantos otros. Su ejemplo me inspira ahora que desempeño el papel que él desempeñó hace tantos años.
Lo repentino y definitivo de la pérdida de Sergio me conmocionó profundamente. Me puso abruptamente cara a cara con la mortalidad, a pesar de mis muchos años trabajando en zonas de guerra. Hasta el día de hoy, le guardo luto.
En total, 22 personas murieron ese día y más de 100 resultaron heridas. Un buen número de estas personas eran personal de la ONU. Muchos de ellos eran iraquíes. Pero lo que les unía a todos era la misión de ayudar a Irak a recuperarse y reconstruirse como país.


