EL VIRUS DE WAGNER SIGUE VIVO EN ÁFRICA

El futuro del imperio de Wagner en África, donde tiene desplegados 5.000 efectivos entre Malí, Sudán, Burkina Faso, República Centroafricana y Libia, es también incierto. Aún mantienen su apoyo a milicias y fuerzas militares locales y ejercen control sobre recursos críticos para Rusia.
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Antes de volar hacia la cumbre de la OTAN en Vilna, acompañando a Joe Biden, Jake Sullivan, su consejero de Seguridad Nacional, reconoció ante un pequeño grupo de periodistas, entre ellos David Ignatius de The Washington Post, lo mucho que ignora la Casa Blanca sobre los factores que determinan el curso de la guerra en Ucrania, entre ellos la revuelta del 24 de junio del Grupo Wagner, el ejército privado de Yevgeny Prigozhin.

“No sabemos hasta dónde llegó la conspiración ni donde está Prigozhin, pero sí que se mueve con relativa libertad (…) Todo está envuelto en el misterio”, les dijo. Lo que sí sabía, sin embargo, era que el impacto del motín había sido casi imperceptible en los campos de batalla ucranianos, donde Wagner ha dejado de participar en operaciones de combate.

Según las propias fuentes oficiales rusas, Vladímir Putin se reunió con Prigozhin y 34 de sus comandantes durante tres horas el 29 de junio. Había muchos asuntos sobre la mesa: el futuro de su imperio corporativo –servicios de seguridad, minería, destilerías, ciberpiratería…– y la eventual absorción por el ministerio de Defensa de sus contratistas privados. O mercenarios, según se vea.

Tratándose de insurrectos que derribaron seis helicópteros y un avión de transporte militar cuando se dirigían a Moscú desde Rostov del Don, donde comenzó su revuelta, el gesto de Putin fue más que deferente. Las señales que provienen de Moscú son contradictorias. Según fuentes que cita The New York Times, las autoridades están interrogando al general Sergei Surovikin, excomandante de la fuerzas rusas en Ucrania, por sus estrechas relaciones con Prigozhin.

¿El zar está desnudo?

Lucian Staiano recuerda en Foreign Policy que las organizaciones criminales infiltradas en las instituciones ejercen en Rusia un poder paralelo que parece habérsele ido de las manos a Putin, erosionando su imagen de zar todopoderoso sin cuyo consentimiento no se mueve una hoja en las 11 zonas horarias que se extienden desde Kaliningrado a Vladivostok.

Enemigos o traidores anteriores –Nemtsov, Litvinenko, Politkovskaya…– fueron eliminados sin contemplaciones, en algunos casos fuera de Rusia. En Financial Times, Iván Kratsev insinúa que las élites rusas –políticas, corporativas, militares…– y a las que llama “el Putin colectivo” han olido la sangre en el agua, con lo que van a adquirir una creciente autonomía política.

No todos creen, sin embargo, que el zar esté desnudo. Según Tatiana Stanovaya, fundadora de la consultora R.Politik, el Kremlin ha lanzado una campaña de demolición mediática de Prigozhin, mostrando imágenes de sus mansiones y pasaportes falsos y de la entrega por Wagner de toneladas de munición y armamento, mientras le permite mantener sus negocios.

Stanovaya sostiene que Putin no lo hace porque le tema sino porque no cree que sea un peligro real. Y sobre todo porque deshacerse de una fuerza de combate experimentada en medio de una guerra sería absurdo.

Neoimperio colonial

Las teorías son igualmente dispares sobre el futuro del imperio de Wagner en África, donde tiene oficialmente desplegados 5.000 efectivos en cinco países: Malí, Sudán, Burkina Faso, República Centroafricana (RCA) y Libia. El problema es que en ellos la niebla de la guerra es aun más densa que en Rusia en momentos en los que recrudece la guerra interna en Sudán.

Desde la caída de Omar al Bashir, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU)  colaboraron para crear el llamado Consejo Militar para la Transición (CMT), la junta que asumió el poder en Jartum y al que concedieron 3.000 millones de dólares en ayudas. Su alianza (ad hoc) en un país muy poblado y extenso que sirve de puente entre África y Oriente Próximo duró poco.

La rivalidad entre el ejército sudanés y los rebeldes árabes que lidera el general Hamdan Dagalo hizo saltar por los aires el pacto. Mientras Riad y El Cairo apoyan al CMT, Abu Dhabi y Wagner se han puesto de parte de Dagalo, líder de los antiguos janjaweed, que en los años 2000 cometieron un genocidio en Darfur que se cobró 300.0000 vidas antes de que llegaran en 2007 los cascos azules de la ONU y las fuerzas de interposición de la Unión Africana.


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