En un rincón remoto del norte de Noruega, el recién electo alcalde Magnus Mæland no tardó en notar que su municipio estaba lejos de ser irrelevante en el escenario internacional. Apenas asumió su cargo a fines de 2023, tres delegaciones chinas tocaron a su puerta, interesadas en proyectos de desarrollo e infraestructura. El mensaje era claro: el Ártico se ha convertido en un escenario estratégico clave para las potencias del siglo XXI.
¿Por qué el Ártico importa tanto?
Durante décadas, el Ártico fue visto como una región inhóspita y marginal. Pero el cambio climático ha modificado drásticamente esta percepción. El derretimiento acelerado del hielo está abriendo nuevas rutas marítimas, liberando potenciales recursos minerales y energéticos como gas natural, petróleo y tierras raras, y creando oportunidades de desarrollo logístico sin precedentes.
Esto ha convertido al Ártico en un territorio con una superposición de intereses geopolíticos, económicos y militares que hoy enfrentan a Estados Unidos, Rusia y China en una competencia silenciosa, pero cada vez más visible.
China: el “estado casi ártico” que quiere entrar al círculo
A pesar de que China no tiene territorio en el Ártico, se ha autodenominado un “estado casi ártico”, un término que no existe formalmente en derecho internacional, pero que refleja su ambición. Pekín ha invertido miles de millones en infraestructura ártica, especialmente en Rusia y países nórdicos, y ha impulsado la llamada “Ruta de la Seda Polar”, una extensión de su Iniciativa de la Franja y la Ruta hacia los mares helados del norte.
Beijing también ha buscado activamente adquirir terrenos y participar en proyectos mineros y portuarios en Groenlandia, Islandia y Noruega. Aunque algunos países han frenado estas iniciativas por preocupaciones de seguridad, el mensaje es claro: China quiere estar presente, aunque no sea bienvenida por todos.
Rusia y EE.UU.: los rivales tradicionales del norte
Rusia, que posee casi la mitad del litoral ártico, ha intensificado su presencia militar en la región, reabriendo bases de la era soviética, desplegando rompehielos con capacidad armamentística y apostando por el control de la Ruta del Mar del Norte. Moscú ve el Ártico como parte central de su estrategia energética y de seguridad.
Estados Unidos, por su parte, ha redoblado esfuerzos a través de su Guardia Costera y el fortalecimiento de alianzas con Canadá, Dinamarca y Noruega, mientras alerta sobre el creciente papel de China y Rusia en el extremo norte. Washington también ha creado recientemente un puesto de embajador específico para Asuntos Árticos, lo que subraya el nuevo valor geoestratégico de la región.
Un equilibrio delicado
El Ártico, hasta hace poco visto como un símbolo de cooperación internacional a través del Consejo Ártico, por ejemplo enfrenta ahora un escenario de creciente militarización, vigilancia y competencia por el control de rutas, recursos y presencia territorial. A medida que el hielo retrocede, las tensiones avanzan.
Para ciudades como la de Magnus Mæland, situadas en los márgenes del mapa, el futuro ya no depende solo del clima, sino de las decisiones que tomen las grandes potencias en nombre del progreso, la seguridad y la influencia global.




