EL SUR GLOBAL ES UNA REALIDAD GEOPOLÍTICA

Atrapada en una visión occidental y eurocéntrica del mundo, la Unión Europea aún no se ha dado cuenta de que necesita cambiar fundamentalmente su enfoque hacia los países en desarrollo.
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Centrados en la competencia entre grandes potencias, los responsables políticos europeos descartaron en su día a los países asiáticos, africanos y latinoamericanos, considerándolos marginales, fácilmente maleables y en gran medida insignificantes. Eran simplemente mercados atractivos, destinos de inversión y proveedores de materias primas, mientras que las voces, prioridades y preocupaciones de los países en desarrollo eran en su mayoría desoídas en un orden internacional elaborado y dirigido por Occidente.

Los tiempos están cambiando. Como se puso de manifiesto recientemente en la cumbre del Grupo de los Siete (G7) celebrada en Hiroshima, el Sur Global está escalando posiciones en la agenda internacional, y los líderes occidentales intentan cortejar y engatusar a los países en desarrollo para que rehúyan las relaciones con Rusia y China en favor de unos lazos más estrechos con un Occidente unido y “resucitado”.

Sin embargo, la geopolítica ya no es tan sencilla. Aunque ciertamente estaban interesados en algunas de las ofertas del G7, y halagados por la atención internacional, así como por las invitaciones a presentarse en reuniones antaño exclusivas, el pequeño grupo de líderes selectos invitados a la cumbre de Hiroshima no se plegó obedientemente a las exigencias occidentales.

Al igual que hicieron en 2022 cuando se les pidió que votaran públicamente en contra y condenaran la agresión de Rusia contra Ucrania -e impusieran sanciones a Moscú-, la mayoría de los países del Sur Global se mantienen al margen, decididos a no desvincularse de Rusia ni unirse a la contienda geopolítica y geoeconómica de Occidente con China.

En su lugar, para muchos la atención se centra en garantizar el desarrollo económico nacional en medio de las incertidumbres geopolíticas. También está en el impacto de los crecientes niveles de deuda en su capacidad para proporcionar alimentos y asistencia sanitaria a sus ciudadanos, y en garantizar la justicia climática mientras hacen frente a una crisis energética provocada por el aumento de los precios del petróleo y el gas.

Una visión eurocéntrica del mundo

Estas y otras preocupaciones reciben cierta atención internacional, a veces. Sin embargo, la mayoría de las veces, tanto los responsables políticos occidentales como los grupos de reflexión, los académicos y los periodistas siguen anclados en una visión del mundo occidental y eurocéntrica. Se presta poca atención al presidente senegalés Macky Sall cuando advierte que la “carga de historia” de África significa que el continente no quiere convertirse en el caldo de cultivo de una nueva guerra fría, o cuando el ministro indio de Asuntos Exteriores Subrahmanyam Jaishankar insta a Europa a “salir de la mentalidad de que sus problemas son los problemas del mundo, pero los problemas del mundo no son los problemas de Europa”.

La resistencia a las sutiles y a menudo no tan sutiles transformaciones mundiales es más fuerte en Washington, donde los responsables políticos estadounidenses están obsesionados con consolidar el dominio estadounidense como “nación indispensable”, preservando, entre otras cosas, la supremacía internacional del dólar estadounidense. Por su parte, el ascenso de China se considera una amenaza existencial que hay que contener.

A pesar de la retórica a favor del desarrollo y de un enfoque menos confrontacional hacia China, las instituciones de la UE en Bruselas y los gobiernos nacionales parecen estar igualmente confusos en su lucha por comprender el alcance del reordenamiento global en curso, y las muchas formas en que Europa debe ajustar y adaptar sus políticas exterior, comercial y de desarrollo -así como su alcance de diplomacia pública- a la vida en un mundo multipolar o postunipolar transformado y cada vez más complicado.


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