El síndrome del “ya casi”: por qué vivimos al borde de lograrlo

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Vivimos en una época donde todos parecemos estar a punto de algo. A punto de tener éxito, a punto de encontrar el amor, a punto de lanzar el proyecto que nos sacará de pobres. Y sin embargo, el “ya casi” se estira como un chicle cósmico que nunca termina de romperse. Nos mantiene ocupados, motivados… y un poquito frustrados.

El “ya casi” es ese lugar incómodo entre la esperanza y el cansancio. Es el limbo del progreso: ves movimiento, pero no llegada. Tu vida parece una barra de carga al 98% que se niega a completarse. Y sí, ese 2% faltante pesa como si fuera medio universo.

Parte del problema es cultural. Nos enseñaron que el éxito es una línea recta y que cada paso te acerca a la cima. Pero la realidad es más parecida a un videojuego sin mapa: avanzas, retrocedes, subes de nivel, y cuando crees que vas a ganar, aparece un jefe nuevo con más vida que tus ganas de continuar.

Además, las redes sociales convirtieron el “ya casi” en una estética. Todo el mundo muestra su proceso: “aquí, trabajando duro por mis sueños”, “esto apenas comienza”, “confía en el proceso”. Nos volvimos expertos en romantizar la espera, en convertir la ansiedad en contenido y la incertidumbre en branding personal.

Lo curioso es que el “ya casi” también tiene algo adictivo. Da la sensación de que estás en movimiento, aunque no llegues a ningún lado. Es la adrenalina de sentirte en camino, incluso si el destino es una excusa. Porque admitir que llegaste —o peor, que no llegarás— da miedo.

Tal vez la clave no sea huir del “ya casi”, sino habitarlo. Entender que vivir al borde de lograrlo también es una forma de estar vivo. Que no todas las metas necesitan cumplirse para tener sentido. Y que el 98% puede ser un buen lugar para quedarse un rato, mirar alrededor y reírte un poco de lo absurdo que es sentirte “casi realizado” mientras sigues comiendo arroz con huevo.


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