El bajo caudal del río Magdalena se ha convertido en una alerta ambiental que trasciende la geografía. Los pescadores denuncian pérdida de especies, las comunidades ribereñas se adaptan al barro y los ambientalistas advierten que el problema no es solo climático, sino estructural. La intervención humana —represas, deforestación y vertimientos— está redibujando un ecosistema que alguna vez fue símbolo de abundancia.
A la par, los proyectos hidroeléctricos se defienden bajo el argumento del progreso. Pero ¿a qué costo? La reducción del caudal afecta la pesca artesanal, el transporte fluvial y la identidad cultural de regiones enteras. El Magdalena, ese “río de la patria”, parece hoy un reflejo de las decisiones energéticas que Colombia aún no se atreve a revisar.




