El presidente Petro, parece desconectado del país

El Gobierno ha transmitido una imagen de desorden e incapacidad en su gestión y en la competencia entre los miembros de su equipo. No hemos visto avances significativos mientras que los problemas persisten o se agravan. La obsesión reformista de Petro y su “refundación de la nación”, lo han llevado a presentar cualquier viento en contra, como prueba de que el mundo está contra él y su gobierno.
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El presidente Petro y la incapacidad de su Gobierno para administrar y movilizar su agenda, ha generado un creciente desencanto. Múltiples voces que antes lo apoyaban, han expresado su decepción por lo visto hasta ahora. Los indicadores de favorabilidad del presidente permanecen por debajo del 30 %, reflejando el rápido deterioro de su imagen y el desgaste de su capital político desde las etapas tempranas de su mandato.

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El presidente parece desconectado del país y de sus necesidades urgentes, y aún más preocupante, de su propio gobierno. No forma la agenda, sino que la desorganiza. No hace seguimiento de su gabinete ni de sus labores, sino que los confunde. Sus intervenciones sugieren que está más interesado en mirar hacia afuera que en atender los problemas internos del país. Su discurso, en lugar de unir y sumar fuerzas, divide, levanta ampollas y genera conflictos innecesarios.

Políticas

La agenda de políticas de El presidente Petro es incierta, ambigua y ambiciosa, marcada por un afán casi excéntrico de pasar a la historia como el refundador del país. Desde el comienzo del gobierno, ha centrado su energía en defender sus soluciones más que en entender los problemas de fondo. Su desdén por la técnica, evidenciado en su manejo del Plan de Desarrollo y el presupuesto nacional, refleja una confusión sobre lo que significa gobernar bien. El capital político del presidente se ha desgastado rápidamente debido a varias peleas innecesarias. Los nombramientos dudosos del gabinete, las equivocaciones y peleas de sus ministros, los choques con gobernantes locales y las renuncias de voces técnicas o disonantes en el gobierno han golpeado la imagen del presidente.

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Además, su estilo de administración basado en debates tuiteros ha contribuido al desorden y a la incapacidad de su gestión. Esta visión victimista de “no me dejan gobernar” indica que el presidente prefiere generar tensiones en las redes sociales antes que asumir su responsabilidad de coordinar, gestionar y capotear las fuerzas contrarias dentro de los marcos institucionales. Sin embargo, en las últimas semanas hemos visto un cambio en la estrategia del gobierno para aprobar sus proyectos de ley en el Congreso. La búsqueda de consensos ha reemplazado la intransigencia que marcó el fallido trámite de la reforma a la salud. La oposición ha empezado a escuchar y a apoyar algunas reformas del gobierno, demostrando que en el Legislativo colombiano es posible llegar a acuerdos entre diferentes.

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