La noche del 20 de agosto de 1989, José y Kitty Menéndez fueron asesinados brutalmente en su mansión de Beverly Hills. Sus propios hijos, Lyle y Erik, confesaron más tarde ser los autores del crimen. Lo que parecía una tragedia familiar terminó convirtiéndose en uno de los casos criminales más mediáticos de Estados Unidos.
Tras una vida de lujos, un plan mortal
La familia Menéndez parecía tenerlo todo: riqueza, fama y una vida de ensueño en California. José, un ejecutivo del entretenimiento, había construido un imperio. Sin embargo, sus hijos sostenían que detrás de esa imagen perfecta había años de abuso físico y sexual.
Aunque en los juicios los hermanos alegaron haber actuado por miedo, la fiscalía sostuvo una versión muy distinta: el crimen fue premeditado y motivado por la codicia.
Compra de armas y estrategia de engaño
Días antes del asesinato, los hermanos viajaron a San Diego y compraron dos escopetas Mossberg calibre 12 con documentación falsa. Esta acción dejó en evidencia que no fue un acto impulsivo, sino un crimen planificado con detalle.
Para desviar sospechas, organizaron una coartada. Salieron a ver una película esa noche y, al regresar, llamaron al 911 con desesperación fingida. Dijeron haber encontrado a sus padres muertos, sin señales de robo ni entrada forzada.
Después del crimen: lujo y ostentación
La actuación inicial no convenció por mucho tiempo. En los meses siguientes, Lyle y Erik gastaron grandes sumas de dinero: compraron autos deportivos, viajaron por el mundo y se mudaron a propiedades de lujo.
Ese comportamiento fue clave para los investigadores. ¿Por qué tanto derroche tras la muerte de sus padres? La respuesta apuntaba a un solo motivo: la herencia.
La confesión que lo cambió todo
La investigación dio un giro cuando Erik, agobiado por la culpa, confesó el crimen a su psicólogo, Jerome Oziel. Las sesiones grabadas, filtradas por la novia del terapeuta, fueron decisivas para que la policía obtuviera pruebas sólidas.
Juicio, condena y vida en prisión
El primer juicio, en 1993, fue televisado y causó furor. Sin embargo, el jurado no llegó a un veredicto. En 1995, durante el segundo juicio, los hermanos fueron condenados por asesinato en primer grado y sentenciados a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.
Hoy cumplen su condena en prisiones separadas, aunque una reciente ola de apoyo en redes sociales ha reabierto el debate sobre el abuso infantil y el sistema legal estadounidense.




