EL PELIGRO NUCLEAR Y EL CASO PETROV

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Un año atrás, cuando Rusia invadió Ucrania, nadie hubiera imaginado que los principales líderes de Oriente y Occidente iban a mencionar la posibilidad de que ocurra una tercera guerra mundial en la que se utilizarían armas nucleares. Esto es, la destrucción mutua asegurada, con el regreso de las personas que pudieran sobrevivir a la era glacial y a las noches eternas.

Sin embargo, las probabilidades de que este conflicto escale hacia una confrontación entre las superpotencias fueron analizadas en estos meses, según distintas fuentes internacionales, en los altos círculos políticos y militares de Estados Unidos (EE.UU.), Rusia, China, la Organización del Tratado del Atlántico Norte y la Comunidad Europea. Además, ha sido verbalizada por los presidentes Joe Biden, Vladimir Putin y sus asesores de confianza.

Al punto que Suiza, ante el riesgo de que se empleen armas atómicas o de que se provoque un incidente nuclear en Ucrania, constituyó una unidad de crisis para coordinar el acceso rápido y eficaz de sus habitantes a refugios y búnkeres. Mientras que Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, advirtió que la humanidad transita por una época de peligro nuclear que no se veía desde la segunda mitad del siglo pasado.

En efecto, si observamos la evolución de esta tremenda insensatez es dable señalar que luego de los bombardeos atómicos de EE.UU. a Hiroshima y Nagasaki, que aceleraron el fin de la segunda guerra mundial en agosto de 1945, han transcurrido casi ocho décadas en que las armas nucleares se convirtieron en un elemento clave de la estrategia militar.

Primero en EE.UU., luego en la antigua Unión Soviética (URSS) que multiplicó su arsenal atómico durante los años ‘60. Más tarde, y en menor grado, en China, Inglaterra, Francia, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Al principio se perfeccionaron los tipos, el transporte y la potencia de las bombas y los artefactos termonucleares de aire, mar y tierra.

Después, se ampliaron las bases de lanzamiento y el desarrollo de los misiles intercontinentales que hoy tienen un alcance efectivo superior a los 10.000 km. En una carrera armamentista en la que EE.UU. y la URSS llegaron a concentrar el 90% de los miles de ojivas que estuvieron listas para ser disparadas.

En los primeros años, sobre todo en el período que va de los ‘50 a los ‘70, primó la idea de que estas armas debían servir para pulverizar en pocas horas las ciudades, la infraestructura y las instalaciones industriales más importantes del enemigo. Aunque el vencedor, por así llamarlo, flaqueara en campos irradiantes de humo y cenizas.

En la etapa siguiente, y debido a cierta paridad de fuego entre los EE.UU. y la URSS (devenida en Rusia tras su derrumbe en los inicios de los años ‘90), las estrategias bélicas de estas naciones, en lugar de prever ataques directos, priorizaron la disuasión nuclear.

Entendida esta como la acumulación de un arsenal atómico lo suficientemente poderoso para desalentar a que otra potencia, por temor a las represalias, use las armas nucleares contra sus territorios o el de sus aliados.


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