“El país que tiembla sin romperse: cómo Colombia convive con su suelo inquieto”

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La seguidilla de sismos reportados entre el 1 y el 2 de noviembre ha vuelto a despertar la conversación sobre la fragilidad geográfica del territorio colombiano. Desde el Eje Cafetero hasta Santander, los ciudadanos se acostumbran a los movimientos leves que, aunque no dejan daños, actúan como un metrónomo natural que recuerda que la estabilidad es siempre relativa. La población ya asocia las notificaciones del Servicio Geológico con un reflejo automático: mirar el celular, comentar, suspirar y continuar con la rutina.
Sin embargo, detrás de esa normalización existe una lección no aprendida. Los simulacros de evacuación siguen siendo escasos, los edificios antiguos carecen de refuerzos antisísmicos, y los municipios pequeños carecen de protocolos. Cada temblor debería servir para revisar la preparación de un país que, paradójicamente, parece más asustado por la economía que por la tierra que lo sostiene.


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