En 1879, el arqueólogo Marcelino Sanz de Sautuola descubrió una serie de pinturas prehistóricas en la Cueva de Altamira, en el norte de España, que revolucionaron nuestra comprensión de las capacidades artísticas de los primeros seres humanos. Las pinturas, que datan de aproximadamente 36,000 años, representan bisontes, una de las especies más importantes para las culturas de la Edad de Piedra. Este hallazgo mostró que nuestros ancestros eran capaces de crear arte figurativo mucho antes de lo que se pensaba.
La técnica utilizada por los artistas de Altamira involucraba el uso de pigmentos naturales, como óxido de hierro y carbón vegetal, aplicados con las manos o pinceles rudimentarios. Las imágenes de bisontes, detalladas y dinámicas, se encuentran en el techo de la cueva, lo que sugiere un uso simbólico o ritual. Este descubrimiento desafiaba la idea predominante en la época de que los humanos prehistóricos carecían de una vida cultural sofisticada.
A lo largo de los años, la Cueva de Altamira ha sido considerada uno de los ejemplos más importantes del arte rupestre paleolítico. En 1985, la UNESCO declaró la cueva Patrimonio de la Humanidad, y hoy es un sitio de gran valor arqueológico. La obra de Altamira no solo expande nuestra comprensión de la historia del arte, sino que también muestra la conexión profunda entre las primeras culturas humanas y el mundo natural que las rodeaba.



