El aburrimiento: el verdadero motor secreto del arte

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Durante siglos, se ha dicho que la inspiración nace del sufrimiento, del amor o de la rebeldía. Pero hay una emoción más discreta —casi vergonzosa— que ha movido tanto pinceles como plumas: el aburrimiento. Sí, ese vacío incómodo que sentimos cuando nada nos entretiene ha sido, una y otra vez, el punto de partida de las grandes revoluciones artísticas.

Pensemos en los monjes medievales que copiaban manuscritos durante horas en silencio. En su tedio, comenzaron a decorar las letras con figuras, animales fantásticos y márgenes imposibles. El aburrimiento los llevó a inventar la iluminación de los textos, una forma temprana de arte gráfico. O en los poetas románticos, que se escapaban del tedio burgués escribiendo sobre tormentas y ruinas, transformando su hastío en estética.

El aburrimiento es una forma de energía potencial. Cuando la rutina se vuelve insoportable, la mente busca nuevas rutas de escape. Es lo que llevó a Marcel Duchamp a mirar un urinario y decir: “¿Y si esto fuera arte?”. O a Warhol a repetir latas de sopa hasta que el sinsentido se volviera belleza. El aburrimiento no mata la creatividad: la provoca por saturación.

Lo curioso es que vivimos en una época diseñada para eliminarlo. Cada segundo libre se llena con notificaciones, videos de 15 segundos o reels que nunca terminan. Pero sin ese hueco incómodo, sin la pausa en la que no pasa nada, el cerebro no tiene espacio para inventar. Quizás por eso muchas ideas actuales se sienten recicladas: no estamos aburridos el tiempo suficiente para imaginar algo nuevo.

Así que la próxima vez que mires el techo y sientas que estás perdiendo el tiempo, recuerda: Leonardo da Vinci también se aburría. Y probablemente fue ahí, entre bostezo y bostezo, donde se le ocurrió volar.

El aburrimiento no es el enemigo del arte. Es su chispa más honesta.


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