Desde 1982 hasta 1994, Colombia se convirtió en el foco de críticas con respecto al desarrollo de acuerdos. Aunque, no se pudo cumplir con todo lo plasmado en los gabinetes, se dejó entre dicho la oportunidad de lograr la paz, una paz definitiva para estos grupos armados, pero no para las víctimas que han sido testigos de una guerra inquebrantable por parte de dos fuerzas independientes. Dentro de las propuestas, no se logra visualizar esa preocupación hacia las víctimas por parte de los presidentes; más bien se percibe un interés en alcanzar una desmovilización y reintegración a la vida social y política para las guerrillas.
Un impacto político que indudablemente ha tenido relación dentro de un contexto armado; diversos movimientos sociales se convierten en aliados o enemigos para el Estado, transformando a Colombia, principalmente en sus zonas rurales, en sedes principales del terrorismo, un país suramericano que ha percibido la violencia y consigo un futuro incierto.
El EPL fue una organización que surgió a causa de la oscilación de la vida colombiana, por consiguiente, arremetió en un reacondicionamiento mental y social en la sociedad. Gestores de una guerra ambigua que se han convertido en actores y testigos comprometidos en acabar con los privilegios y clases, un mundo lleno de optimismo frente a enormes incrementos de conflicto y violencia. (Alape, s.f.). La intención de obtener la paz por parte del gobierno y del EPL dio cabida a una tregua y una negociación, tiempos de transición con miras a un futuro.
Se reconoce que un proceso de paz no culmina con la desmovilización y entrega de armas pero por lo menos han sido pasos para demostrarle a este país latinoamericano una nueva cara de conciliación que quizás por muchos años no había conocido, 1991 fue de pronto el año en donde los colombianos podían decir que se ve una luz al final del túnel.
