Cuando Norbey Perdomo Urrea, huilense oriundo del municipio de La Plata, decidió marcharse a Ucrania, su familia pensó que era otro de sus planes aventureros, de esos que hablaba con entusiasmo y que siempre lo hacían volver a casa cargado de historias. Pero esta vez fue distinto: empacó sus botas de exmilitar, sus ganas de luchar y se fue tras la promesa de dinero en un país que ardía en guerra.
El 24 de octubre de 2024 aterrizó en Kiev. Desde allí, se reportaba cada vez que podía. “Estoy bien”, “está duro, pero aguanto”, “recen por mí”, escribía en mensajes breves desde trincheras en Járkov, donde los drones zumban como moscas sobre cadáveres y el frío cala hasta los huesos. Su última señal llegó el 13 de marzo de 2025. Desde entonces, solo quedó el eco.
Una espera que duele
La noticia de su desaparición no llegó con uniformados tocando la puerta, sino con una publicación en redes sociales: una imagen con su rostro y el de otros tres colombianos, anunciando que habrían muerto en combate. Nadie lo confirmó. Nadie lo negó. Y su familia, en La Plata, Huila, se quedó atrapada en una pesadilla sin cuerpo, sin respuestas y sin paz.
Su hermana movió cielo y tierra. Llamó, escribió, buscó. La brigada ucraniana donde servía lo bloqueó. Desde la Cancillería solo le pidieron llenar formularios. ¿Cómo se llena un papel cuando se te está muriendo la esperanza?
Dicen que en esa guerra han muerto al menos 64 colombianos y hay más de 120 desaparecidos. Norbey, técnico de motos, soñador, exsoldado, es hoy uno más en esa estadística maldita. Pero para su familia no es un número: es un hermano, un hijo, un hombre al que la guerra se tragó, sin avisar, sin devolver.




