Araceli y su familia no buscaban llegar a Estados Unidos. Querían salir de él. El 17 de marzo, cruzaron caminando el Rainbow Bridge, el imponente paso fronterizo que conecta EE.UU. con Canadá en las Cataratas del Niágara. Iban con una maleta, dos niñas de 4 y 14 años, y una esperanza: pedir asilo en Canadá y comenzar una nueva vida, lejos del miedo a la deportación bajo la renovada presión migratoria del segundo mandato de Donald Trump.
Sin embargo, lo que encontraron no fue refugio, sino rechazo. En la frontera canadiense fueron devueltos. No una vez, sino dos. Tras cada intento fallido, Araceli y su pareja fueron detenidos por autoridades estadounidenses, separándose de sus hijas y enfrentando un sistema que los trataba no como personas desesperadas por protección, sino como cifras en una política cada vez más endurecida.
Un nuevo flujo migratorio al revés
En los últimos años, un fenómeno poco común ha ido en aumento: migrantes, muchos de ellos latinoamericanos indocumentados en Estados Unidos, están tratando de huir hacia Canadá para pedir asilo. En algunos casos, lo hacen tras pasar años en EE.UU. sin regularizar su situación, temiendo una deportación inminente o la separación familiar bajo políticas más severas.
Durante décadas, la frontera sur de EE.UU. fue el epicentro de las crisis migratorias. Ahora, los caminos se han invertido para muchos. En lugar de buscar llegar al “sueño americano”, algunos están intentando escapar de él.
La frontera norte: ¿una esperanza o un nuevo muro?
Desde la firma del Acuerdo de Tercer País Seguro entre EE.UU. y Canadá, cualquier persona que intente pedir asilo en un puesto fronterizo formal como un puente internacional debe hacerlo en el primer país seguro al que llegó. En la práctica, eso ha impedido que la mayoría de migrantes que ya están en EE.UU. puedan solicitar refugio en Canadá de forma legal.
Muchos han optado por cruzar de manera irregular a través de puntos no oficiales, como Roxham Road (cerrado en 2023), arriesgándose a detenciones, condiciones climáticas extremas o separaciones familiares.
Tercer intento, un nuevo comienzo
Para Araceli y su familia, el tercer intento fue el definitivo. Esta vez no tomaron un puente, sino un sendero informal, guiados por otros migrantes y redes de apoyo solidarias. Llegaron a Canadá, donde finalmente pudieron presentar su solicitud de refugio. Ahora viven en un centro de acogida en Toronto, esperando respuesta a su petición.
“No queríamos vivir escondidos más”, dice Araceli. “Queremos que nuestras hijas vivan sin miedo.”
Su historia es una entre cientos. Una que refleja cómo las fronteras no son solo líneas en un mapa, sino muros legales, políticos y humanos que condicionan el destino de quienes solo buscan vivir en paz.




