Cuba observa con cautela el “efecto dominó” regional ante la tensión entre EE. UU. y Venezuela

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La creciente tensión entre Estados Unidos y Venezuela ha reavivado en Cuba los temores —y también las expectativas— de un posible “efecto dominó” político en América Latina. Mientras algunos sectores dentro de la isla confían en que un eventual colapso del régimen de Nicolás Maduro abra la puerta a un cambio en Cuba, otros consideran que la transformación solo podrá surgir desde dentro, impulsada por el propio pueblo cubano.

La expresión “Si Venezuela cae, Cuba cae, Nicaragua cae” circula con fuerza en redes sociales y conversaciones cotidianas. La frase resume una lectura compartida por muchos analistas: el destino de los tres gobiernos aliados —Venezuela, Cuba y Nicaragua— estaría entrelazado. El detonante, según varios observadores, podría ser la reciente militarización del mar Caribe ordenada por Donald Trump, quien justificó la medida como parte de su ofensiva contra el narcotráfico.

El mandatario estadounidense ha acusado a Maduro, y más recientemente al presidente colombiano Gustavo Petro, de dirigir redes de tráfico de drogas hacia Estados Unidos. Caracas respondió calificando el despliegue militar como una amenaza directa de invasión, mientras moviliza a sus bases políticas y refuerza la retórica antiestadounidense. Desde Managua, Daniel Ortega se unió al discurso, afirmando que Washington busca “apoderarse del petróleo venezolano”. En La Habana, el gobierno convocó una marcha nacional de protesta, denunciando una “inminente agresión imperial”.

Expectativas y desencanto en Cuba

A pesar de las declaraciones incendiarias y de los movimientos militares, los analistas descartan que haya evidencias de una intervención armada inminente. Sin embargo, la posibilidad de un cambio en Venezuela mantiene dividida a la población cubana entre la esperanza y el escepticismo.

Algunos ciudadanos ven en un eventual colapso del chavismo una oportunidad para debilitar el sistema político cubano; otros, en cambio, sostienen que la única salida real pasa por una “revolución interna”, lo que algunos llaman la “revolución de los dormidos”: un despertar ciudadano ante la crisis económica y social.

Las condiciones en la isla, según los informes más recientes, son alarmantes. El Observatorio Cubano de Derechos Humanos (OCDH) señala que el 89 % de los cubanos vive en pobreza extrema, mientras que el Food Monitor Program calcula que mantener una dieta básica para dos adultos requiere 41.735 pesos mensuales, casi veinte veces el salario oficial promedio.

Pese a ello, el gobierno cubano continúa atribuyendo la crisis al bloqueo estadounidense y a la corrupción interna, aunque algunos datos contradicen ese relato. El presidente de la Coalición Agrícola Cuba–EE. UU., Paul Johnson, informó recientemente que las importaciones de alimentos desde Estados Unidos aumentaron un 17 %, y destacó el potencial de cooperación bilateral en agricultura, ciencia y comercio.

Entre el temor al cambio y la resignación cotidiana, Cuba observa cómo el tablero geopolítico del Caribe vuelve a agitarse. Para muchos en la isla, el desenlace de la crisis venezolana podría marcar el principio de una nueva etapa —o la confirmación de que nada cambia realmente.


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