Reflexión por: Darling Viviana Delgado Albán
La vida tiene una forma silenciosa de mostrarnos cuán frágil y efímero es todo. La muerte de Diogo Jota, en la plenitud de su carrera y su juventud, nos ha estremecido no solo como aficionados al fútbol, sino como seres humanos que también caminan por este incierto sendero llamado vida. Cuando alguien como él se va, alguien lleno de energía, sueños y talento, no queda más que el silencio… y la reflexión.
Jota representaba el esfuerzo, la pasión, el compromiso y la entrega. Pero su partida abrupta nos recuerda que no importa cuán fuertes o exitosos parezcamos ser: la vida es un suspiro. Un instante puede cambiarlo todo. Y en medio del ritmo frenético con el que vivimos, pocas veces nos detenemos a valorar que simplemente estamos vivos. Respirar, amar, compartir, reír… son regalos que damos por hechos, hasta que el destino nos demuestra cuán valiosos eran.
¿Por qué esperamos a perder para valorar? ¿Por qué nos cuesta tanto decir “te quiero”, abrazar más, disfrutar del momento? Cada día que despertamos es una oportunidad sagrada. No sabemos si mañana podremos ver a quienes amamos, si podremos seguir haciendo lo que nos apasiona, si habrá un nuevo amanecer. La muerte de Diogo Jota nos sacude para recordarnos que cada segundo cuenta.
No se trata solo de vivir, sino de vivir con intención. De dejar huellas, como lo hizo él. De amar más fuerte, de hablar con más verdad, de actuar con más bondad. La vida no espera. Y no hay forma de saber cuándo se apagará la luz. Por eso, mientras estemos aquí, el corazón debe estar despierto y agradecido.
Hoy, muchos lloran su partida. Pero también muchos despiertan de una forma distinta. Con más conciencia, con más deseo de abrazar la vida tal como viene. Que la memoria de Diogo Jota no solo sea una estatua o un homenaje, sino una invitación a vivir más profundamente, más auténticamente.
Porque, al final, la vida es eso: un partido que no sabemos cuándo termina. Lo importante es cómo lo jugamos.




