En una columna de opinión titulada “Se llama caquistocracia”, se realiza una crítica directa a las estructuras políticas colombianas, señalando que el sistema se ha transformado en una especie de oligopolio de incompetencia y complicidad. El autor analiza la persistencia de las élites que, según él, mantienen sus privilegios a costa del deterioro institucional y de la calidad de la democracia.
Este tipo de piezas refleja un ambiente de desencanto creciente, en el que la ciudadanía observa cómo las palabras “reforma”, “transparencia” y “rendición de cuentas” pierden brillo cuando chocan con una realidad que confirma lo contrario. Y mientras esos discursos se publican, los lectores se enfrentan a la pregunta incómoda: ¿quién está adentro y quién afuera del poder real? La caquistocracia —palabra provocadora— invita a la reflexión colectiva sobre los mecanismos que perpetúan la desigualdad y el estancamiento político.

															


