Muchos de nosotros, sin embargo, tenemos que caminar por las aceras de pueblos y ciudades de Reino Unido en nuestros paseos después del almuerzo.
Como investigadora especializada en pedestrianismo, me fascina la cultura cambiante de cómo, dónde y por qué caminamos. Esto incluye la etiqueta tácita que ha perdurado a través de los siglos y ha cambiado para reflejar las preocupaciones culturales de la época.
Puede que te sorprenda saber que “salir a caminar” no era realmente una actividad en sí hasta finales del siglo XVIII.
Puede que el término «pedestrianismo» tenga raíces latinas, pero en el siglo XIX su primera asociación habría sido deportiva. El “pedestrianismo profesional” o la “marcha atlética” era ferozmente competitiva en la década de 1850.
Los torneos en Estados Unidos se llevaban a cabo durante seis días, y los participantes caminaban el equivalente a 725 km, hacían siestas en tiendas de campaña junto a la pista y bebían champán en el camino.
La estricta “regla del talón a la punta”, que aún está vigente, establece que “la pierna que avanza debe estar estirada desde el momento del primer contacto con el suelo”.
Solo por necesidad
La caminata como actividad de ocio surgió alrededor de la década de 1780. Hasta ese momento, caminar había sido un acto de necesidad, asociado con la pobreza, la vagancia e incluso con intenciones criminales.
Muchas personas vivirían y morirían sin haber visto más allá de unos pocos kilómetros cuadrados de paisaje urbano sombrío y sólo un poco más para los que se encontraban en el campo.
Junto con los “poetas del lago” a principios de siglo -que incluían a William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge – , caminantes famosos como Charles Dickens hicieron que el pasatiempo de caminar se pusiera de moda.
Calles sucias y podridas
Se ha escrito mucho sobre el celo religioso con el que Dickens realizaba su “trabajo andante” diario.
Recorría un promedio de 19 km por día y a un ritmo notable de más de 6 km por hora, suficiente para que otros «se hicieran a un lado mientras el gran escritor, que siempre parecía estar caminando en contra del pensamiento, avanzaba».
Caminar era un engranaje esencial en el proceso creativo de Dickens: un momento para absorber, casi por ósmosis, la idiosincrasia de las calles.
Desde incursiones en los barrios marginales de Londres hasta marchas nocturnas impulsadas por el insomnio, sus encuentros proporcionaron la brillantez excéntrica de sus personajes: las instantáneas callejeras retenidas “en orden regular en diferentes estantes de mi cerebro, listas con sus etiquetas para ser mostradas cuando yo las quiero».

