COREA, 70 AÑOS DESPUÉS

Eclipsada por la magnitud de su antecesora, la Segunda Guerra Mundial, y por el trauma de su sucesora, la de Vietnam, la guerra de Corea ha sido casi tan impopular entre los historiadores como lo fue entre sus contemporáneos. El tiempo transcurrido ha contribuido a destacar su importancia en la historia de la guerra fría y la geopolítica del antiguo Extremo Oriente.
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La guerra de Corea fue un conflicto interminable que incluso cuando su rumbo parecía mejorar para Estados Unidos y sus aliados, la victoria nunca pareció al alcance de su mano, sobre todo después de la intervención del Ejército Rojo de Mao, en octubre de 1950.  Pero finalmente, el 27 de julio de 1953, hace 70 años, Nam Il, por parte del Ejército Popular de Corea, y William Harrison, por las fuerzas de la ONU, firmaron el armisticio que puso fin a las hostilidades.

Dado que nunca se negoció un acuerdo de paz, las dos Coreas están aún, en teoría, en estado de guerra, lo que no ha impedido que Corea del Sur se convirtiese en una democracia próspera y exitosa y a Seúl en una de las más vibrantes y vitales ciudades asiáticas, como atestiguan desde Samsung y Hyundai hasta el K-Pop.

Morir por un empate

En The New York Times, Sergie Radchenko escribe que la forma en la que terminó la guerra en la península coreana guarda valiosas lecciones para el desenlace que podría tener la guerra en Ucrania.

Al final, ninguna de las partes pudo declarar la victoria, solo un insatisfactorio final que volvió a dejar la frontera en el paralelo 38, lo que explica la popularidad que adquirió entre los soldados aliados un comentario entre sarcástico y amargo: “Morir por un empate” (Die for a tie).

En The Coldest Winter (2007), David Halberstam recuerda que por esos años EEUU ansiaba dejar atrás los recuerdos de la última conflagración mundial –que en realidad se había extendido desde julio de 1937, cuando comenzó la segunda guerra sino-japonesa, hasta la rendición de Tokio, en septiembre de 1945–. La guerra de Corea, escribe, nunca penetró realmente en la conciencia colectiva del país.

Cuando los soldados volvieron a casa, encontraron que a sus vecinos no les interesaba lo que habían hecho en la guerra pese a que sus fuerzas perdieron unos 33.000 hombres y otros 105.000 quedaron heridos o mutilados. Los surcoreanos, por su parte, tuvieron 415.000 bajas y 429.000 heridos.

Aunque chinos y norcoreanos han mantenido un hermético silencio sobre sus bajas, el Pentágono estima que sus pérdidas superaron los 1,5 millones de soldados. Más de tres millones de civiles murieron, incluida el 15% de la población norcoreana por tres años de incesantes e indiscriminados bombardeos aéreos de los B-29 y B-52 estadounidenses.

La mala fortuna geopolítica de Corea radica en que está en medio de tres grandes y ambiciosas potencias: China, Japón y Rusia. En algún momento, las tres intentaron usar su territorio para atacar a las otras dos o escudarse de sus designios agresivos. En 1950 el ciclo se repitió con una guerra que se libró en un terreno montañoso y un clima inmisericorde, sobre todo en invierno.

Los avances iniciales de ambos bandos fueron fulgurantes. Los norcoreanos llegaron a ocupar casi toda la península, salvo un enclave en el sur. En su contraataque tras el desembarco anfibio en Inchon en septiembre de 1950, las fuerzas al mando del general Douglas McArthur ocuparon Pyongyang y llegaron hasta al río Yalu, en la frontera con China.


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