Un ataque violento sacudió a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Grand Blanc, Michigan, cuando un hombre identificado como Thomas Jacob Sanford embistió su camioneta contra la capilla, inició un incendio y abrió fuego contra los fieles reunidos. El hecho dejó al menos cuatro muertos y ocho heridos, mientras que varias personas permanecen desaparecidas. El FBI lidera la investigación, catalogando el hecho como un acto de violencia selectiva, sumándose así a una serie de ataques contra lugares de culto en Estados Unidos.
El ataque ocurrió en un “domingo de ayuno”, fecha en que los miembros de la iglesia donan recursos para los necesitados, lo que acentuó la ironía y el dolor del suceso. La congregación ya atravesaba un momento de duelo por la muerte del presidente de la Iglesia, Russell M. Nelson, ocurrida un día antes. En medio del servicio religioso, la tranquilidad se transformó en caos y horror cuando comenzaron los disparos, lo que obligó a los fieles a resguardarse y proteger a los niños presentes.
Los testimonios de los sobrevivientes reflejan la confusión y el terror vividos. Feligreses como Paula y Brian narraron cómo intentaban ayudar a otros mientras se enfrentaban a disparos y explosiones. Muchos resultaron heridos al intentar evacuar el templo, y varios niños de la congregación también fueron alcanzados por la violencia. La policía respondió rápidamente, enfrentando al atacante, quien murió en un intercambio de disparos apenas minutos después de iniciado el ataque.
El incendio, aparentemente provocado con acelerantes, consumió por completo la capilla, dejando el edificio reducido a escombros. Las autoridades continúan investigando el origen del fuego y revisando el lugar en busca de posibles artefactos explosivos. Mientras tanto, los equipos de emergencia trabajan para localizar a más víctimas entre los restos calcinados, en un escenario descrito como devastador por los testigos.
La tragedia en Grand Blanc ha dejado a la comunidad sumida en el dolor, con fieles lamentando la pérdida de amigos y familiares, y con un lugar de culto reducido a ruinas. La emblemática aguja blanca de la capilla, que antes se alzaba como símbolo de fe, ya no existe, reemplazada por el vacío y la desolación. El hecho se suma a la creciente preocupación por la violencia armada en espacios de oración, lugares que deberían representar paz y refugio espiritual.