Colombia: la riqueza que aún no sabemos aprovechar

[responsivevoice_button voice="Spanish Latin American Male" buttontext="Escuchar Noticia"]
Compartir en

Según José Román González, Docente de Administración de Empresas, Universidad de América, Colombia es un país con una de las mayores riquezas naturales del planeta: dos océanos, tres cordilleras, todos los pisos térmicos y una biodiversidad que despierta la admiración global. Sin embargo, esa abundancia no se traduce en bienestar. Seguimos siendo un país rico con altos niveles de pobreza, desigualdad y exclusión territorial, y la pregunta es inevitable: ¿por qué, tras décadas de planes de desarrollo, seguimos sin convertir nuestros recursos en oportunidades?

A lo largo de su historia económica, Colombia ha producido múltiples diagnósticos sobre sus problemas estructurales: informalidad, inequidad y baja productividad. Pero los resultados se repiten. Como advierte el economista Jorge Iván González, el país vive una “paradoja de la abundancia”: comunidades empobrecidas rodeadas de territorios ricos en agua, minerales y biodiversidad.

El desarrollo ha estado marcado por la falta de planificación territorial, la débil articulación institucional y una visión fragmentada que cambia con cada gobierno. No basta con crecer: se requiere hacerlo con justicia, sostenibilidad y continuidad.

En lugar de seguir acumulando diagnósticos, el país podría avanzar con decisiones estratégicas que apunten a transformaciones concretas. Cuatro de ellas son especialmente urgentes:

  1. Actualizar el catastro nacional: ordenar el territorio para progresar.

Colombia aún desconoce el valor real y el uso de gran parte de su tierra. Esa omisión impide cobrar impuestos justos y limita la capacidad de los municipios para financiar infraestructura, educación o salud. Un catastro multipropósito moderno permitiría fortalecer la autonomía fiscal local y promover una redistribución más equitativa de los recursos. Ordenar el territorio es la base de un desarrollo sostenible.

  • Garantizar educación rural con acceso real.

En muchas zonas rurales, los niños caminan hasta seis horas para llegar a clase. Este simple dato refleja una deuda estructural del Estado.
Garantizar que ningún niño tarde más de una hora en llegar al colegio implicaría una verdadera revolución en infraestructura vial, transporte escolar y equidad educativa. La educación no puede seguir dependiendo del lugar de nacimiento.

  • Agua limpia: prioridad ambiental y social.

El país necesita construir plantas de tratamiento de aguas residuales en todos sus municipios. Según Planeación Nacional, la inversión necesaria ronda los 20 billones de pesos, una cifra modesta frente a los beneficios ambientales, sanitarios y productivos que generaría. Asegurar agua limpia no solo protege la salud pública, también impulsa el turismo, la agricultura y la competitividad. En el siglo XXI, el desarrollo se medirá por la capacidad de los países de garantizar agua segura y ecosistemas saludables.

  • Ciencia e innovación en el Pacífico colombiano.

El litoral Pacífico, una de las regiones más biodiversas del mundo, podría convertirse en un polo científico y tecnológico. Una red de universidades e institutos de investigación dedicada a biotecnología, energías limpias y conservación permitiría transformar la riqueza natural en valor agregado.
El conocimiento debe ser el nuevo motor económico. Apostar por ciencia y tecnología en el Pacífico es invertir en inclusión territorial y futuro sostenible.

De poco sirve repetir que somos uno de los países más biodiversos del mundo si esa riqueza no se traduce en bienestar colectivo. Ordenar el territorio, garantizar educación rural, proteger el agua e impulsar la ciencia no son metas inalcanzables: son los pilares básicos de una nación moderna.

Estas cuatro prioridades representan la posibilidad de un pacto social y productivo que trascienda ideologías y gobiernos. Un acuerdo que entienda que la verdadera riqueza no está en los recursos naturales, sino en la capacidad de gestionarlos con inteligencia, equidad y propósito común.

Aprovechar lo que tenemos —nuestros recursos, conocimiento y diversidad— es, al final, el reto más urgente y la deuda más antigua. Colombia no necesita descubrir nuevas riquezas; necesita aprender a usarlas mejor.


Compartir en