Estuvo lejos de ser la final soñada: no salió ningún conejo del sombrero, faltó la precisión de otras noches, sobró esfuerzo pero faltó cabeza fría, nos faltó la experiencia finalista que al de enfrente le sobró. Colombia dejó la vida en la cancha del Hard Rock Stadium de Miami pero no le alcanzó para cortar el ayuno de títulos de esta generación tan sacrificada y tuvo que resignarse a ver a una Argentina, sin Messi, dar otra vuelta olímpica y defender su título de campeón de Copa América.

La precisión de James, la revancha esperada para Díaz, la noche redonda de Córdoba, la reivindicación de Borré, la ilusión de conocer el rostro de un Quintero, la segunda corona para Colombia se escapó después de un partido pleno de intensidad, en el que nos faltó lo que antes nos sobró: fútbol y cabeza fría para hacer daño. Ellos, que son 16 veces campeones de la Copa América, sabían cómo hacernos daño. Y no nos perdonaron.

Con casi una hora y media de retraso, Argentina, como correspondía a su prestigio, era el que imponía condiciones, en una llegada de Álvarez que encendía alertas, pero que respondía Colombia con un remate por abajo de Luis Díaz y una que rozó el palo de Córdoba en buen servicio de Santiago Arias. Era un ritmo intenso, un peloteo tricolor tratando de abrir espacios… un dolor de panza ‘in crescendo’ afuera de la cancha.
A los 12 minutos ya tocaba la puerta de la pelota quieta Colombia, el tiro de esquina que remataba Cuesta pero adivinaba Martínez. Y a los 20 alertó Di María en su ya clásico pase atrás a Messi, que remató, por suerte débil, pero con plena libertad,

Quiso Lerma en un espectacular remate de media distancia, por la misma vía lo intentó Ríos y siempre fue seguro ‘Dibu’ protegiendo su arco. Una Pizca más de potencia y otra más de sorpresa hacen falta para superarlo. El largo descanso, en el show de 25 minutos de Shakira, dio paso a la mejor versión de Argentina, que salió, según su plan, a liquidar, tras aguantar bien en el arranque. Se atravesaba en ese libreto Santiago Arias cuando recibía libre un cambio de frente y se le iba abierto el intento, e instantes después el cabezazo de Dávinson, siempre peligroso en el área rival.

Y entonces, a los 57, el momento de Camilo Vargas, cuando primero pedían mano, y sí había contacto pero se consideraba no punible, y en esa siguiente acción se salvaba Colombia cuando se estiraba Camilo Vargas al gran remate cruzado de Di María. ¡Qué susto! Pero asumía bien la presión Colombia en una noche en la que James no podía ser tan preciso y Luis Díaz lucía un poco sobre revolucionado, ambos asfixiados por la presión de De Paul y Mac Allister, especialmente el primero, el mejor de los argentinos.

Un momento crítico llegó cuando Messi se tropezó solo pero se lastimó el tobillo que le había golpeado Arias y quedó en el césped, incapaz de seguir, llorando como un niño al que sacan del partido del que jamás hubiera salido. Pero otra vez nos salvamos cuando un fuera de lugar arruinaba la jugada de gol de González (el que reemplazó a Messi) y ese instante de suerte daba paso a otro buen momento, otro mini partido favorable para Colombia: Córdoba se batía con Mac Allister, aparecían las pelotas quietas de James y se le iba otra vez a Cuesta, y a Lerma, y era tan difícil crearles peligro…

En cambio, por tercera vez se salvaba Vargas cuando un gran impacto de Nico González pasó rozando el palo y nos corrió un frío cuando por poco se nos cuelan a los 89 los rápidos argentinos, ya sobre el final del tiempo reglamentario. Tiempo extra, nada que hacer. Piernas frescas de Borré y Castaño habían llegado (por Córdoba y Ríos) y Vargas se ajustaba la capa para negarle el gol a González, una auténtica migraña para la zaga nacional.

Y e tiempo pasó y hubo que sacar a Díaz, a James, a todos porque estaban arrastrando las piernas y olió sangre Argentina, que sí que sabe jugar estas finales y en ese juego vino un puñal al corazón colombiano: tremenda salida, a un toque, que arrancó en De Paul y terminó en Lautaro Martínez, el goleador de la Copa, en la definición cruzada a la salida de Vargas, que ya no pudo hacer más.

Diez minutos quedaban para el final y Argentina llevaba a su terreno el final de la historia: peleas, roces, reclamos, manotazos y Borja, que había ingresado pensando en penaltis, compraba y el tiempo se iba entre los dedos. El reloj conspiraba contra la ilusión, la Copa se iba a las manos de su dueño, el campeón defensor, los 23 años de espera seguían alargándose. No hubo final feliz.





