La tensión entre China y Japón escaló en las últimas dos semanas después de que Sanae Takaichi, nueva primera ministra japonesa, afirmara que Tokio podría responder militarmente si Beijing intenta tomar Taiwán por la fuerza. Para China, ese comentario cruzó una de sus líneas rojas más sensibles y desencadenó una respuesta inmediata: restricciones de viaje, advertencias comerciales y un despliegue de retórica nacionalista que ha colocado a Takaichi en el centro de la polémica.
El malestar de Beijing no solo responde a la mención de Taiwán, sino a lo que considera un giro más amplio en la postura militar japonesa. Japón lleva años alejándose de su constitución pacifista, aumentando su presupuesto de defensa y estrechando la coordinación con Estados Unidos. Para China, que aún carga con la memoria del siglo de humillación y los crímenes cometidos por el Japón imperial en el siglo XX, cualquier gesto que sugiera una mayor proyección militar japonesa activa viejos temores históricos y políticos.
Los medios estatales chinos han presentado la declaración de Takaichi como un acto abiertamente hostil. El Diario del Pueblo aseguró que la líder japonesa busca desmantelar las restricciones a las fuerzas armadas e impulsar una agenda militarista que amenaza el ascenso de China. En paralelo, el Ejército chino difundió un video titulado “No sean tan arrogantes”, reforzando el tono desafiante del Gobierno.
A pesar de los esfuerzos de Tokio por reducir la tensión —incluyendo el envío de un emisario a Beijing— China insiste en que Takaichi debe retractarse. La presión parece calculada para limitar el margen de la primera ministra en sus primeros días de gobierno y advertir a otros países de la región sobre los costos de desafiar a China en el tema de Taiwán.




