La reciente ola de hostigamientos en el Cauca confirmó que los grupos armados están empleando tácticas cada vez más complejas, entre ellas el uso de drones adaptados para lanzar explosivos. Viviendas perforadas por balas, techos destruidos y comunidades confinadas son hoy el panorama constante en zonas rurales y urbanas del departamento, donde las autoridades reconocen que la ofensiva insurgente supera los patrones registrados en años anteriores.
De acuerdo con el investigador Jorge Mantilla, lo que ocurre no es simplemente un repunte de la violencia, sino una intensificación de estrategias ya instaladas en el territorio. La simultaneidad de ataques y la cercanía de los hechos a la carretera Panamericana —arteria clave del suroccidente— evidencian la capacidad de maniobra de las disidencias del Estado Mayor Central. “Estamos viendo una combinación peligrosa: explosivos, asonadas y drones que multiplican el alcance del daño”, aseguró el experto.
Mantilla destacó que la situación se agrava por dos características propias del Cauca: la presencia de comunidades indígenas que ejercen autoridad territorial y, por ello, quedan expuestas a hostigamientos; y el dominio casi absoluto de las disidencias, que han desplazado a otros actores armados. A esto se suma un entramado económico compuesto por coca, minería ilegal y extorsión, que fortalece la permanencia de estos grupos.
Aunque sectores oficiales aseguran que los ataques son respuesta a la presión de la fuerza pública, el investigador sostiene lo contrario. Para él, la evidencia muestra estructuras fortalecidas, con capacidad logística y una expansión que ya llega al Valle del Cauca. “La ofensiva militar por sí sola no resuelve el problema. Lo que se necesita es Estado, y de manera sostenida”, advirtió.



