Ismael “El Mayo” Zambada, histórico líder del Cártel de Sinaloa, admitió ante un tribunal haber dirigido durante décadas una red de narcotráfico que envió más de un millón y medio de kilos de cocaína a Estados Unidos entre 1980 y 2024. Su confesión fue considerada por la fiscal general estadounidense Pam Bondi como una victoria histórica contra uno de los narcotraficantes más poderosos del mundo y exsocio de Joaquín “El Chapo” Guzmán. Sin embargo, esta declaración reavivó el debate sobre el papel que desempeñan las organizaciones estadounidenses en el negocio de las drogas.
El periodista mexicano Jesús Esquivel, autor del libro Los carteles gringos, sostiene que dentro de Estados Unidos existen poderosas redes criminales locales que se encargan de la logística, distribución y venta de las drogas que llegan desde América Latina. Según su investigación, una vez que los narcóticos cruzan la frontera, son estas pandillas —no los carteles extranjeros— las que controlan todo el proceso comercial y el lavado de dinero. Esquivel menciona a grupos como la MS-13, los Hells Angels y la Arizona Mexican Mafia, entre otros, que operan bajo estructuras jerárquicas similares a las de los clubes de motociclistas.
A diferencia de los carteles latinoamericanos, estos grupos estadounidenses no tienen una organización paramilitar ni dominan grandes territorios. Funcionan mediante células independientes que controlan pequeñas zonas urbanas. Expertos como Mike Vigil, exjefe de operaciones de la DEA, y Steven Dudley, de Insight Crime, coinciden en que no pueden compararse con los carteles de México o Colombia, ya que no corrompen autoridades ni desafían al Estado. Sin embargo, sí ejercen un control coercitivo sobre los mercados minoristas de drogas.
El término “cartel”, explican los analistas, fue una invención estadounidense para designar a grandes organizaciones transnacionales, aunque su uso se ha vuelto impreciso. Mientras tanto, Estados Unidos continúa siendo el mayor mercado de drogas del mundo, con un consumo creciente de cocaína, fentanilo y otras sustancias. Pese a los esfuerzos de la “guerra contra las drogas” iniciada por Richard Nixon, los carteles latinoamericanos siguen siendo los principales proveedores, aunque ahora se limitan a entregar los cargamentos en la frontera.
Finalmente, Esquivel subraya la doble moral del discurso oficial estadounidense: mientras Washington persigue a los carteles extranjeros, evita reconocer la existencia de sus propias organizaciones criminales. El periodista recuerda que la DEA llegó a proponer una “Iniciativa de Carteles Domésticos” para combatir estos grupos, pero fue desactivada rápidamente. Para Esquivel, admitir públicamente la existencia de “carteles estadounidenses” debilitaría la narrativa política de Estados Unidos como líder global en la lucha antidrogas y evidenciaría su responsabilidad interna en el tráfico y consumo masivo de narcóticos.
