Querido hijo que tal vez no exista,
Acabo de conocer a tu madre. Y sé que la amarías. No porque sea perfecta, sino porque tiene esa manera tranquila de ver el mundo que hace que incluso los días malos parezcan un poco menos duros. Su risa llega sin permiso y su mirada parece saber cosas que uno todavía no entiende. Si tú existieras, te enamorarías de ella desde el primer día.
A veces me descubro imaginando cómo sería verte crecer. Te veo aprendiendo a caminar tambaleándote por la casa, cayéndote y levantándote con esa valentía natural que tienen los niños. Te imagino haciendo preguntas imposibles en el desayuno, dibujando universos con crayones, riéndote con la boca llena de dientes chuecos. Te escucho decir mis frases sin entenderlas del todo, repitiendo mis gestos, copiando mis defectos y mejorándolos sin darte cuenta.
Te veo aprender a leer, descubriendo que las palabras son una especie de magia secreta. Luego te imagino en la adolescencia, discutiendo conmigo sobre cosas que tú crees nuevas y que yo también creí nuevas cuando tenía tu edad. Me veo pidiéndote perdón cuando me equivoque, intentando ser mejor porque tú estás mirando.
Pero luego, cuando cierro los ojos un poco más, me llega la otra imagen: la de un mundo que no sé si sabría darte. No tengo la certeza de poder ofrecerte seguridad, ni un planeta sano, ni una vida donde el amor no se desgaste bajo el peso del cansancio. Me da miedo traerte a un lugar donde la bondad parece un acto de resistencia y donde el futuro se siente cada vez más frágil.
No es que no quiera tenerte. Es que tengo miedo de no poder cuidarte como mereces. Miedo de verte aprender lo que cuesta soñar sin garantías. Miedo de que tengas que luchar más de lo que vivas.
Aun así, hay algo que no puedo negar: la sola idea de ti me llena de amor. De un amor que no necesita existir físicamente para ser verdadero. Porque si llegases a existir, te amaría en cada intento, en cada caída, en cada silencio compartido. Te amaría con todas mis dudas, con todas mis fallas, con todo lo que soy y lo que no fui capaz de ser.
Y si no existes, si solo quedas en estas palabras, quiero que sepas que pensé en ti con ternura. Que tu madre está aquí, riendo, soñando, sin saber que en algún lugar del futuro imaginario, ya la amas sin haberla visto nunca.
Quizás no nacerás, hijo mío, pero esta carta es prueba de que por un instante, la idea de ti fue suficiente para hacerme creer en algo parecido a la eternidad.




