Un turista de 40 años que nadaba cerca de la costa de Hadera (Israel) desapareció tras ser rodeado por un grupo de tiburones grises. Lo que comenzó como una salida al mar terminó en tragedia: testigos escucharon sus gritos, vieron el agua teñirse de rojo y, al llegar los equipos de rescate, el hombre ya no se encontraba. Finalmente, se hallaron restos humanos que confirmaron que había sido devorado.
Los científicos que investigan el caso señalan que esta especie de tiburón, hasta ahora considerada poco peligrosa para los humanos, actuó bajo lo que se describe como un “estado de frenesí alimenticio”. Factores como el aumento de la temperatura del agua generado por una planta termoeléctrica y la alimentación artificial previa de los tiburones por parte de humanos podrían haber modificado su comportamiento habitual.
El estudio sugiere que el contacto constante con personas y la asociación de humanos con comida podrían haber desencadenado una conducta conocida como “mendicidad” en los tiburones, que normalmente evitan a los humanos. A raíz de este episodio, los expertos advierten que debe prohibirse cualquier forma de alimentación deliberada de tiburones para evitar este tipo de confrontaciones.




