Atlético Bucaramanga vivió una noche gris en el estadio Américo Montanini, al caer 3‑2 frente a Deportivo Cali por la cuarta jornada del campeonato. Aunque el marcador pudo haber reflejado paridad, el desarrollo del encuentro dejó al descubierto un equipo partido, sin respuestas colectivas y con evidentes señales de fractura interna.
Desde los primeros minutos, el conjunto local se mostró impreciso y errático, sin una idea clara de juego. La defensa lució desorganizada, el mediocampo fue superado constantemente y en ataque las opciones llegaron más por intentos individuales que por construcción de juego. Deportivo Cali aprovechó esos vacíos y fue letal cada vez que tuvo espacios.
El gol de Luciano Pons, que llegó desde los once pasos, generó algo de expectativa en la tribuna, pero fue insuficiente para revertir el panorama. Mientras Cali jugaba con confianza y estructura, Bucaramanga parecía un grupo de esfuerzos aislados, sin conexión emocional ni táctica. La falta de cohesión fue tan evidente como preocupante.
Jugadores de peso como Carlos Henao no lograron marcar diferencia, y en varios pasajes del partido se vieron gestos de molestia y desconcierto entre compañeros. Las fallas no solo pasaron por lo futbolístico; la sensación que dejó el equipo fue la de un camerino con tensiones que se trasladan directamente al campo.
Con esta nueva caída, Bucaramanga continúa hundido en la parte baja de la tabla y, más grave aún, sin señales de recuperación anímica después de la eliminación de Copa Sudamericana ante Atlético Mineiro. La afición, que sigue asistiendo con fidelidad, empieza a impacientarse. El desafío para el cuerpo técnico no es solo ganar, sino reconstruir una unidad que hoy luce completamente perdida.



