Tiene mérito este Barcelona, capaz de acelerar en dirección contraria a los desvaríos de su presidente y al enredo político-administrativo de las inscripciones sobre la bocina o por detrás de ella, que ese VAR anda todavía revisando la jugada. En la Supercopa pendular que cambia de goleada año a año, el Barça se llevó por delante a un Madrid quebrado en defensa y cortísimo en ataque, con sus cuatro magníficos no dándose por aludidos ni en la presión ni en el repliegue.
El Barça fue más intenso, más rápido, más ambicioso, más certero. Mejor equipo de cabo a rabo, de Koundé a Raphinha, pasando por Lamine Yamal, que puso la primera piedra de la remontada. Solo Valverde, Courtois y sobre todo Mbappé quedaron a salvo de un ridículo histórico del equipo blanco de consecuencias imprevisibles. Solo Ancelotti y Gil Manzano estuvieron tan mal como el resto de madridistas. Dani Olmo, el morbo de la previa, entró cuando aquello ya era un partido homenaje.
Podría decirse que al Barcelona le mueve el instinto y al Madrid, las circunstancias. El equipo de Flick solo sabe vivir con la pelota y se quedó con ella. El de Ancelotti no la necesita tanto. Su fuerte está en la velocidad. Los dos planes valen en el fútbol. Es el acierto quien determina quien tiene razón.
El partido empezó dándosela al Madrid, aunque luego se la quitaría ruidosamente ante un adversario abrumadoramente mejor. En cuatro minutos, Courtois le quitó un gol a Lamine Yamal y otro a Raphinha. Conviene recordar en este punto que el belga estaba lesionado la noche del 0-4. Dos amagos de gol y un gol real, el que se inventó Mbappé a los cinco minutos. Vinicius inició el contragolpe, con el Barça muy desacomodado, y abrió el balón al francés. Faltaba mucha tela por cortar cuando recibió la pelota. Así que recorrió 40 metros a toda pastilla, sacó a Balde de la jugada con una bicicleta y cruzó su remate a la red. El gol tipo de Mbappé. Una obra de arte.
Antes y después estaba siendo notablemente mejor el Barcelona, bajo la dirección de Pedri. Así que el empate no extrañó. Tampoco el autor ni la belleza del tanto. Lamine recibió un balón en profundidad de Lewandowski, bordeó el área hasta hacer desaparecer a Tchouameni y meter su izquierda con suavidad junto al palo, en una especie de contrapié de seda. Un supergol, un monumento a la templanza de un joven de 17 años, y también una prueba más de que el Madrid estaba defendiendo horrorosamente, sin orden ni tensión.
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Para entonces andaba ya maltrecho Mbappé, por un pisotón involuntario de Koundé que le dobló de mala manera el tobillo. Quiso quedarse, pero no volvió a aparecer hasta la segunda parte. Poco después se marchó Iñigo Martínez, con una lesión muscular. El ritmo brutal lo explicaba todo. Así llegó al partido Araújo, el anti Vinicius, aunque antes el brasileño andaba ya fuera de onda.
El Madrid digirió como pudo el contratiempo, tuvo dos buenas llegadas, equilibró por primera vez el duelo… y le cayó el segundo gol, en un penalti tan claro como innecesario de Camavinga, que puso su suela en el muslo de Gavi. Se le pasó a Gil Manzano y le corrigió con acierto el VAR. Lo transformó Lewandowski. Y de inmediato, el tercero, en cabezazo de Raphinha a envío largo de Koundé. La defensa del Madrid se había vuelto invisible. La pelota sobrevoló sobre Tchouameni, central fantasma, y Lucas Vázquez, dos defensas nominales, que no reales. Vuelve a estar sobre la mesa el error de cálculo de darle la espalda al mercado.
Con el Madrid en las nubes, Balde hizo el cuarto en un contragolpe relámpago nacido de un mal tiro de esquina blanco lanzado por Rodrygo y definitivamente arruinado por Camavinga, para mostrar que también ahí era tremendamente superior el equipo azulgrana. Los de Ancelotti se fueron al descanso goleados, glorificando a Courtois y agradeciendo a Gil Manzano que no le mostrara la roja a Camavinga. El italiano le quitó porque sabía que no habría un segundo perdón. Por segunda vez el Barcelona le hacía cuatro tantos al Madrid en un solo tiempo, lo que descarta la teoría del accidente.
El hilo del que colgaba el Madrid se rompió en un minuto, el que transcurrió entre una volea de Rodrygo al larguero y el segundo tanto de Raphinha, en el enésimo contragolpe defendido con la mirada por un Madrid partido en mil pedazos. La cosa iba para paliza histórica hasta que Szczesny fue expulsado por derribar a Mbappé cuando se encaminaba al gol. Esta también se la tragó Gil Manzano y ahí estuvo el VAR para echarle una mano. Rodrygo recibió a Iñaki Peña colando el lanzamiento de la falta correspondiente junto al palo para aminorar el dolor blanco.
Buscando cortar la hemorragia Ancelotti había metido a Asencio como central, había adelantado a Tchouameni y colocado como lateral a Valverde. Un plan para detener la fiesta de Raphinha. También llegó al partido Dani Olmo, involuntario hombre del año, no para crear, sino para defender la Súperventaja.
Ahí comenzó un asedio sin esperanza del Madrid, bajo la dirección de Modric, que debió relevar a Tchouameni mucho antes, pero esta vez el equipo no tenía cuerpo de remontada imposible. En una sola tarde, la peor en años, perdió el liderato en la Liga, el tercer título del año y gran parte del crédito conseguido en los últimos dos meses. El análisis forense dirá si en Yeda no se ha dejado algo más.
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