Atrapan homicidas en Ginebra

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La noche del 19 de septiembre dejó una herida abierta en la vereda Los Cocuyos, Ginebra. Tres personas fueron asesinadas y un adolescente sobrevivió con lo justo. El crimen, brutal y calculado, parecía hundirse en el silencio rural. Pero la Fiscalía General de la Nación trazó una línea de investigación que no se detuvo. Hoy, dos nombres se enfrentan a la justicia: Juan Esteban Vega Rodas y Miguel Ángel Caicedo Pulgarín.

Según las evidencias, uno ordenó el ataque, el otro lo ejecutó. Vega Rodas, señalado como el autor intelectual, habría dado la instrucción. Caicedo Pulgarín, como el autor material, habría empuñado el arma y disparado. Los hechos fueron claros. Hombres armados irrumpieron en una vivienda, intimidaron a sus ocupantes (de los cuales dos de ellos adolescentes de 16 años) y los obligaron a salir. Afuera, el horror se concretó. Tres cuerpos quedaron tendidos. Uno de los menores fue trasladado a un centro asistencial donde sobrevivió.

La Fiscalía, tras semanas de investigación, presentó a los procesados ante un juez de control de garantías. Les imputó los delitos de homicidio agravado, tentativa de homicidio agravado, y fabricación, tráfico o porte de armas de fuego. Los cargos fueron rechazados por los acusados, pero la medida fue firme, aseguramiento en centro carcelario. La decisión no borra el dolor, pero marca un punto.

Mas allá

En Ginebra, donde la violencia suele esconderse entre cultivos y caminos sin nombre, esta captura representa una fractura en la impunidad. El operativo judicial no fue solo un trámite. Fue una afirmación de que el Estado puede llegar, incluso donde el miedo se ha instalado. La comunidad, aún sacudida por el crimen, recibe la noticia con una mezcla de alivio y reserva. Porque en el Valle del Cauca, cada avance judicial es también una advertencia, quizás la justicia no es inmediata, pero puede ser implacable.

Vega y Caicedo ya no son solo sospechas en un expediente. Son procesados, enfrentando cargos graves, encerrados mientras el proceso avanza. La Fiscalía no celebró con estruendo. Lo hizo con firmeza. Porque en casos como este, la victoria no se grita, se escribe en medidas, se sostiene en pruebas, se respira en el silencio que sigue al golpe. Y en ese silencio, Ginebra espera. Con la herida aún abierta, pero con la certeza de que la justicia, esta vez, no es una palabra en vano.


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