Desde pequeños, el sistema educativo nos ha enseñado a seguir un mismo molde, sin dar espacio a la creatividad ni a nuestras diferencias individuales. Ken Robinson lo explicó muy bien; la educación actual busca producir copias masivas de un mismo producto, ignorando nuestras habilidades únicas. Desde la primaria, estamos condicionados por la edad, avanzando en un sistema rígido que nos obliga a seguir una línea recta hasta la universidad, donde la enseñanza sigue el mismo patrón.
Es evidente que, si cumples con los estándares impuestos, eres aceptado; pero si no, quedas excluido. Nos enfrentamos a un sistema basado en cursos y horarios que no reflejan nuestra realidad. Lo que sí es real es el desinterés, el aburrimiento y la presión que sentimos los jóvenes por alcanzar títulos que, al salir al mundo laboral, no garantizan nada. Nos topamos con una dura verdad y son las altas tasas de desempleo juvenil.
La educación debería ser la clave para la igualdad de oportunidades, pero para lograrlo, es necesario dejar atrás las prácticas obsoletas de enseñanza. Necesitamos un modelo en el que cada joven pueda enfocarse en lo que realmente le apasiona. La escuela y la vida deben estar conectadas para que el aprendizaje tenga sentido y sea realmente útil.
Es cierto que ahora la educación es gratuita para algunos, pero sigue basándose en los mismos enfoques tradicionales. Debemos romper con la idea de que solo las habilidades técnicas importan. Hoy, más que nunca, la creatividad, la empatía y el trabajo en equipo son fundamentales para el éxito, es por eso, que es momento de reconocerlo y exigir un cambio en la educación que nos prepare para la vida real.



