En la isla de Puerto Rico, muchas familias se ven obligadas a modificar su rutina de compras ante un alza persistente en el coste de los alimentos. En un supermercado de Rincón, Maritza Ortega describe su experiencia: “Cuando voy al supermercado me limito a lo mínimo. Es frustrante caminar por los pasillos, ver lo que necesito y tener que sacar cosas del carrito”, afirma. Diagnóstico de cáncer en mano, ha tenido que optar por alimentos más baratos y de menor calidad para cumplir con una dieta básica.
Desde el año 2020, el coste de vida ha experimentado incrementos sostenidos. Solo en junio, los alimentos registraron un aumento del 3,4 % respecto al año anterior, lo que agrava la situación de quienes ya vivían con recursos limitados. La isla enfrenta una vulnerabilidad estructural: alrededor del 85 % de los alimentos consumidos dependen de importaciones, lo que la expone a interrupciones en la cadena de suministros y al impacto del cambio climático.
Una organización comunitaria que trabaja en el tema detectó que más de la mitad de los adultos en Puerto Rico solo consume dos comidas al día. En sus territorios de estudio, la inseguridad alimentaria afecta de manera desproporcionada a mujeres mayores afrodescendientes y jefas de familia. También señalan la existencia de un tabú en torno al hambre: muchas personas no reconocen como tal la reducción de sus comidas o la compra de productos de menor calidad.
Dos iniciativas locales emergen como respuestas directas: un supermercado comunitario que abre una vez al mes y distribuye alimentos donados a quienes más lo necesitan, y una plataforma que conecta agricultores locales con compradores y distribuidores sin intermediarios. Ambas buscan afrontar los efectos de la inflación mundial y la dependencia de importaciones, fortaleciendo la producción y distribución local.
Mientras estas iniciativas ganan impulso, muchas familias continúan ajustando su presupuesto. Jose Cátala, residente de Bayamón, comenta: “Cuando subieron los huevos dejé de comprarlos… antes compraba dos paquetes de carne; ahora solo uno”. Su experiencia ejemplifica cómo el cambio se traduce en decisiones cotidianas profundas, en una isla donde vivir no es cuestión de comodidad, sino de que el gasto alcance lo indispensable.

