Ni la devoción detuvo la guerra

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Ataque en plena Semana Santa

A pesar del recogimiento espiritual que caracteriza la Semana Santa, la violencia no tomó descanso en el suroccidente colombiano. En la mañana del martes 15 de abril, en la vereda Gato de Monte, corregimiento de Potrerito zona rural de Jamundí, Valle del Cauca, se vivió un episodio que volvió a teñir de rojo el mapa del conflicto: una patrulla del Ejército fue objeto de un ataque con granada, en el que resultó gravemente herido un soldado, mientras que otros dos sufrieron lesiones menores. No fue el azar, ni mucho menos un accidente; fue un acto calculado que, según las primeras hipótesis de las autoridades, tendría como responsables a las estructuras disidentes de las Farc, que operan con creciente intensidad en esta región estratégica.

La sombra de las disidencias

Se cree y no sin fundamento que el atentado habría sido una respuesta directa a la presencia institucional que busca establecerse con firmeza en territorios donde el poder de facto ha sido, durante años, de grupos armados ilegales. El Ejército, que no descarta ninguna hipótesis, refuerza su accionar en la zona mientras avanzan las investigaciones para dar con los autores materiales e intelectuales de este hecho que, más allá de las cifras, confirma lo que ya muchos saben pero pocos quieren aceptar: la guerra, en esta parte del país, nunca se fue.

Una paz que no llega

Ya son varias las semanas en que el suroccidente ha sido escenario de hostigamientos, combates y atentados que escalan la tensión entre las fuerzas del Estado y los grupos insurgentes. La llamada «Paz Total» que impulsa el gobierno Petro encuentra aquí uno de sus retos más grandes. Cada ataque, como el de Jamundí, parece gritar que el control territorial aún es disputado palmo a palmo, y que el cese de hostilidades no es más que una idea lejana, utópica incluso, para las comunidades que viven entre retenes ilegales, explosivos improvisados y el eco lejano de helicópteros militares.

El drama humano detrás del parte oficial

Mientras tanto, el soldado herido lucha por su vida en una unidad médica de la región, y su familia ora con fuerza, como lo hace todo un país que se debate entre la esperanza y la crudeza de un conflicto que sigue vivo, palpitante y, tristemente, cotidiano.


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