40 años del horror en Armero

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El 13 de noviembre de 1985, una avalancha descendió desde el Nevado del Ruiz y sepultó al municipio de Armero, dejando más de 25.000 muertos. Cuatro décadas después, el lugar permanece como un campo santo donde aún se busca consuelo y respuestas. Han pasado 40 años desde que el reloj de Armero se detuvo a las 11:30 de la noche del 13 de noviembre de 1985. A esa hora, una avalancha proveniente del volcán Nevado del Ruiz arrasó con el municipio tolimense y varias veredas cercanas, convirtiéndose en una de las tragedias naturales más dolorosas de la historia de Colombia.

El desastre comenzó en la cima del Nevado del Ruiz, ubicado entre los departamentos de Tolima y Caldas, a más de 5.300 metros sobre el nivel del mar. Durante semanas, el volcán mostró señales de actividad —fumarolas, temblores y emisiones de gases—, pero las advertencias no fueron suficientes. A las 3:00 de la tarde del 13 de noviembre, una primera erupción emergió desde el cráter Arenas, y seis horas después, una segunda explosión derritió el glaciar que cubría la montaña.

El resultado fue un flujo de lodo y material volcánico conocido como lahar, que descendió con furia por los cauces de los ríos Azufrado y Lagunilla. En cuestión de horas, el torrente de sedimentos, rocas y agua recorrió más de 60 kilómetros a una velocidad cercana a los 40 kilómetros por hora, destruyendo todo a su paso.

Cerca de la medianoche, la avalancha alcanzó Armero. En apenas 30 minutos, el pueblo fue sepultado bajo millones de toneladas de lodo. Más de 25.000 personas perdieron la vida, y la tragedia dejó una herida abierta en la historia del país.

Hoy, las ruinas de Armero son un sitio de memoria. Entre caminos cubiertos de vegetación y antiguas calles desaparecidas, familias y visitantes dejan mensajes, flores y fotografías en homenaje a quienes nunca fueron encontrados. El lugar se ha convertido en símbolo de dolor, pero también de resistencia y memoria colectiva.

A cuatro décadas del desastre, Colombia recuerda no solo la magnitud del evento, sino también la necesidad de escuchar las advertencias de la naturaleza. Porque en Armero, el silencio aún habla.


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